
Alicante es un cúmulo de cosas que pasan sin que el que no está en el lugar en el que suceden sea consciente de que pasan. La frase parece un trabalenguas, pero es una verdad como un templo. Este martes, por ejemplo, el documental de Yerai Cortés se proyectó en la Casa Bardin. Y no, no fue trending topic, ni salió en los informativos, ni ocupó grandes titulares. Pero allí estaba él, haciendo historia menuda con su guitarra flamenca, dentro de la programación transversal de Spring City.
Hay algo profundamente irónico en todo esto. Que C. Tangana tuviera que venir a grabar con él para que muchos descubrieran —o redescubrieran— a Yerai. Que hiciera falta un Goya para que Alicante sacara pecho y dijera: «ese guitarrista es nuestro». Y mientras tanto, el arte crecía a su ritmo, silencioso y fértil, en plazas ignoradas como la de Argel. Sin alharacas. Sin necesidad de focos.
Lo de Yerai no es solo talento. Es raíz y es presente. Es un viaje sonoro desde el compás más ortodoxo hasta la intuición de lo nuevo. Esto también es Alicante. Esto es Mediterráneo. Es nuestro. Bueno, eso, y toda la connotación negativa que, también, deja entrever el documental
A veces, lo más auténtico pasa de puntillas. A veces, lo más nuestro no lo vemos hasta que alguien de fuera nos lo señala. Pero otras veces, basta con sentarse una tarde de martes y escuchar. Yerai Cortés se presentó, y una parte de Alicante respiró con él.
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