
¿Para esto son los impuestos? Para esto, y para mucho más: para que ningún niño pase hambre ni sea invisible cuando cierran las escuelas. Pero, mientras algunos lloriquean por tener que contribuir al bien común, más de medio millón de niños y niñas en España no pueden permitirse el lujo de comer carne, pescado o su equivalente vegetal cada dos días. Esas son las prioridades de este país.
Un estudio de la ONG Educo revela que apenas el 36% de los alumnos y alumnas que reciben beca comedor tienen garantizada la alimentación durante el verano, ese periodo en el que muchos se preocupan por dónde irán de vacaciones, pero muy pocos se preguntan qué será de los niños y niñas sin recursos cuando se apagan las luces de los colegios y desaparecen los comedores.
Catherina tiene tres hijas de 4, 8 y 13 años. No hay vacaciones para ellas. No hay campamentos, ni piscina, ni excursiones. Ni siquiera pueden imaginar un verano digno. Su madre tiene que buscar trabajo, como puede, sin ayudas públicas, sin alternativas. Rocío y su hija de 15 años son dos más en la lista de familias olvidadas. Gracias a una ONG, su hija podrá ir a un campamento, una excepción que no hace más que evidenciar la vergüenza: las administraciones públicas miran para otro lado mientras el verano se convierte en un calvario para miles de niños y niñas.
“No puedo entender cómo se permite que nuestros alumnos no tengan ayudas en verano”, lamenta Laura Luna, directora de una escuela. Los educadores, que ven la realidad todos los días, son testigos de cómo las vacaciones suponen un abismo para las familias vulnerables. Hambre, soledad y desigualdad se cuelan en sus casas mientras las instituciones se lavan las manos.
Los números son demoledores: solo 1 de cada 5 niños de familias con bajos recursos accede a campamentos de verano con comida incluida. Mientras tanto, los niños y niñas de familias acomodadas tienen un acceso casi 13 puntos superior. El verano, lejos de ser un periodo de descanso y disfrute, se convierte en otro recordatorio de que en este país la igualdad es un discurso vacío si no se acompaña de inversión y responsabilidad.
Unos 900.000 alumnos y alumnas reciben becas comedor, pero esas ayudas desaparecen en junio como si el hambre entendiera de calendario escolar. Y en las casas vulnerables, los frigoríficos siguen igual de vacíos en julio y agosto.
La Encuesta de Condiciones de Vida del INE confirma que más de 550.000 niños y adolescentes no pueden permitirse una dieta digna. Hace dos décadas, esta cifra era cuatro veces menor. Pero, claro, cuando se trata de exigir una fiscalidad justa y políticas públicas serias, algunos solo saben quejarse de los impuestos, esos mismos que permiten, o deberían permitir, que ningún niño pase hambre.
El panorama se agrava aún más con los datos de Save The Children: el 17,1% de las familias con hijos en España vive en situación de pobreza laboral, es decir, trabajan, pero no les alcanza para cubrir lo básico. En el caso de las familias numerosas, el porcentaje escala al 36%, y en las familias monoparentales, alcanza el 32%. Y mientras tanto, seguimos escuchando discursos que criminalizan el gasto social y glorifican la «libertad» de no contribuir al bienestar colectivo.
Desde Educo, a través de la campaña “No queremos dar pena, queremos darles de comer”, exigen algo tan simple como justo: que la infancia en riesgo de pobreza y exclusión tenga acceso gratuito a actividades de ocio y tiempo libre con comida saludable, al menos durante dos semanas del verano.
Porque sí, para esto son los impuestos: para que ningún niño ni niña tenga que pasar el verano con hambre, viendo cómo el privilegio ajeno se pasea ante sus ojos, mientras las instituciones y los que claman por pagar menos impuestos miran hacia otro lado.
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