Mientras muchas ciudades costeras del Mediterráneo están tomando medidas para reducir el impacto ambiental y social del turismo de cruceros, en Alicante seguimos apostando por una fórmula turística cada vez más cuestionada y desfasada. La última muestra: la Autoridad Portuaria sigue adelante con su plan para prolongar el dique de Levante y ampliar la terminal de cruceros en el muelle 14.
El proyecto, que ya ha atraído a varias ingenierías dispuestas a diseñar la infraestructura, contempla la instalación de dos «duques de alba» —estructuras aisladas sobre el mar— para ganar 60 metros de línea de atraque y permitir así la llegada simultánea de dos grandes cruceros. Todo para dar respuesta a un modelo turístico masificado y de escaso retorno cultural, que multiplica la presión sobre la ciudad durante unas pocas horas al día sin un beneficio real más allá de cifras infladas y promesas de impacto económico.
A estas alturas, ya no sorprende que Alicante, lejos de repensar su relación con el turismo, siga fomentando este tipo de propuestas chabacanas que priorizan la cantidad sobre la calidad. En lugar de buscar un modelo sostenible, que valore el entorno, la cultura y la convivencia, se continúa engordando un tipo de turismo exprés que convierte a la ciudad en una postal de consumo rápido para cruceristas que pisan suelo alicantino apenas unas horas.
Para 2025 ya se han programado 104 escalas de cruceros, de las cuales al menos 17 serán amarres dobles. Y como si eso no fuera suficiente, también se proyecta la ampliación de otros 45 metros de muelle para embarcaciones de apoyo, en un plan que requerirá más de un millón de euros, a cubrir con fondos públicos y posiblemente ayudas europeas.
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Todo esto mientras se alardea de un supuesto impacto económico de más de 65 millones para la provincia, una cifra discutible si se consideran los costes medioambientales, el deterioro urbano y el modelo de ciudad que se está promoviendo.
Pero no acaba ahí: en paralelo, se proyecta también una gran ampliación del muelle 19, con una inversión de más de 30 millones para atraer aún más buques de gran eslora, esta vez centrados en tráfico de mercancías. Es decir, más cemento, más presión sobre el litoral y menos espacio para un desarrollo urbano ordenado, consciente y moderno.
En resumen, mientras otras ciudades despiertan, en Alicante seguimos haciendo el paleto, encantados de ser escala de un turismo a lo loco, de usar y tirar.
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