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20 de junio de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

No soy un ser social. Nunca lo fui, ni creo que lo vaya a ser a estas alturas. Hace tiempo que no entiendo lo que me rodea. Primero intenté cambiarlo, luego traté de conformarme con un ecosistema de afinidades concretas y, al final, el gran fracaso real de todo, es que la victoria del sistema es precisamente, dejarnos solos. Por que la soledad, aunque idílicamente la equiparemos con libertad, o incluso con paz (física y mental), no es más que una forma de individualismo y egoísmo que no entiende de vínculos.

Sé que hay gente que me quiere, no va por eso. Va porque, a pesar de ello, todo acaba siendo una especie de guerra sobre quien está mejor, o quien está peor y acumula más problemas. Aunque el problema real sea, que tengamos que estar expuestos a unos condicionantes, en los que supongo que mucha gente se siente cómoda – no es mi caso- y otros se vuelven pragmáticos y se limitan a no dar, valga la redundancia, problemas.

Esta sociedad equipara el éxito con el nivel de «hijoputismo» que tengas y el supuesto triunfo sólo se mide en cantidad de dinero acumulado. No importa el cómo y mucho menos tus ideales, ni tu capacidad como persona, ni la bondad, ni la resiliencia. Sólo acumular cosas que acaban hipotecando tu capacidad de movimientos.

En la parálisis de un papel firmado, en unas circunstancias que han cambiado, se acaban ahogando todas esas idealizaciones que, supuestamente, nos hacen jóvenes. Todo parece planificado e incluso renegando, la mayor parte de los seres humanos acabamos siendo esclavos de un contrato laboral, del matrimonio, de la hipoteca, de un carné de socio – o militante, de un DNI, de un número de teléfono, o de una etapa concreta de vida, en la que decides bien o mal, y sus circunstancias te persiguen el resto de tu existencia.

Todos los caminos conducen al miedo a perder algo. O a la frustración de no tenerlo. Unas necesidades utópicas que no son tales, pero que usamos como motivación para justificar todo eso que debemos hacer para tener un plato en la mesa y un techo que nos guarezca. Ahora hasta podemos sentirnos mejor viendo la paja en el ojo ajeno o dando lecciones de moralidad, cuando aunque hay quien promulga lo contrario, nadie, absolutamente nadie, tiene una libertad completa, ni una vida satisfactoria al 100%.

Lo llaman mejorar, sí. Porque requiere un empeño que supone más sacrificios. y ¿a qué renunciamos en realidad? A lo más valioso que tenemos: el tiempo y la verdad.

No soy un ser social. Por eso soy lo que esa sociedad que critico llama pobre. No puedo cambiar de vida, porque mis fracasos pesan más que mis virtudes. Y también tengo otras circunstancias. No entiendo de avances, porque todos esos triunfos requieren que me porte mal con algo, o con alguien. Sí entiendo de ideologías, pero no de partidos. También sé de sentimientos, porque procuro que nada los limite. Tengo miedos que no debería, como no tener qué comer, o no tener dónde dormir. Y, sobre todo, siento una tristeza enorme, porque ser bueno, tener convicciones, creer en lo que hago, no firmar papeles, o tratar de vivir como me gustaría, sólo me trae desilusiones y desencantos.

No tengo bienes, ni nada de todo eso que se valora en esta sociedad. NADA. Estoy lleno de cosas buenas que no tienen ningún valor en este lugar que habito. Pero nadie te alquila una casa a cambio de buenas intenciones, ni te llenan el depósito de gasolina, por ser bueno. Es más, se confunde al bueno con el tonto. Al íntegro con el gilipollas… mientras el rico es triunfador, el hijoputa un pícaro y el pobre un fracasado.

Y por eso, creo que moriré pronto y me matará el dolor de acabar de asumir que todo esto no tiene remedio. Éso o sucumbiré a todo lo que odio para seguir sobreviviendo por fuera y podrido por dentro. Que para mí, aunque tenga qué comer, dónde dormir, o quién me acepte, no tiene mucho que ver con lo que yo entiendo por vida. O lo que yo definiría como felicidad. Así que, obviamente, siendo íntegro, no soy libre.

Y por eso, no soy un ser social y debería sentirme orgulloso por ello. Entonces ¿Por qué me siento así de mal?

Publicado en: diario de un soñador incomprendido, Estilo de vida, opinión, repetibles, REVISTA




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