
El verano arranca en Alicante con la misma imagen lamentable de los últimos años: el ascensor de la pasarela del Raval Roig, que conecta la calle Virgen del Socorro con la playa del Postiguet, sigue fuera de servicio. Se trata del único acceso sin escaleras ni pendientes pronunciadas para personas con movilidad reducida, carritos de bebé o personas mayores. A pesar de ser un elemento esencial para garantizar la accesibilidad, el elevador lleva meses averiado, encadenando fallos y reparaciones parciales que no resuelven nada.
El Ayuntamiento, lejos de actuar con la urgencia y la responsabilidad que exige la situación, se limita a repetir promesas vagas. Reconocen que el problema es recurrente y aseguran que «se trabaja en una solución definitiva», pero la realidad es que ni hay fechas concretas ni resultados a la vista. Mientras tanto, residentes y turistas con movilidad reducida ven cómo se les sigue negando el acceso en igualdad de condiciones a una de las principales playas de la ciudad.
Las consecuencias de esta dejadez son evidentes. Las personas con dificultades de movilidad se ven obligadas a dar largos rodeos o, directamente, a renunciar a bajar al arenal. Asociaciones como Cocemfe Alicante lo han denunciado públicamente, recordando que esta situación vulnera la legislación vigente que obliga a garantizar la accesibilidad universal en los espacios públicos. Pero las advertencias y las protestas caen en saco roto, como si la accesibilidad fuera un simple adorno y no un derecho fundamental.
La pasividad institucional y la falta de mantenimiento convierten lo que debería ser un servicio básico en un problema crónico que, verano tras verano, daña la imagen de la ciudad y margina a un sector vulnerable de la población. Los afectados no pueden permitirse seguir esperando. La accesibilidad no se soluciona con discursos ni con trámites interminables, sino con hechos. Y, por ahora, esos hechos brillan por su ausencia.
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