
Junio se despidió dejando tras de sí una huella abrasadora: una ola de calor que castigó gran parte de la Península y Baleares, y que lo convirtió en el mes de junio más cálido desde que existen registros, según datos de la AEMET. Y julio no se queda atrás, repitiendo patrones extremos que ya no pueden atribuirse al azar o a simples “variaciones naturales del clima”, como aún defienden sectores negacionistas. El origen de esta intensificación térmica es claro: el cambio climático provocado por la actividad humana, responsable de un desequilibrio térmico global debido al exceso de gases de efecto invernadero.
En Alicante, esta crisis se manifiesta de forma cada vez más contundente. Las playas del litoral alicantino, una de las joyas naturales y económicas de la provincia, están entre las más afectadas. Las temperaturas del mar Mediterráneo, especialmente en esta zona, han llegado a superar en hasta cinco grados la media habitual para estas fechas. Esto no solo afecta al confort de bañistas y turistas, sino que altera ecosistemas marinos, acelera la proliferación de medusas, y agrava la pérdida de biodiversidad, comprometiendo a largo plazo tanto la economía local como la salud ambiental.
Si observamos las temperaturas medias del Mediterráneo desde 1986, el patrón es inequívoco: un aumento constante y progresivo, con una aceleración particularmente alarmante en los últimos años. Esta tendencia no es parte de un ciclo natural, como algunos siguen afirmando sin base científica, sino el resultado directo de décadas de inacción política, consumo desmedido y emisiones sin control.
Negar el cambio climático ya no es una opción razonable ni ética. Alicante, con su clima cada vez más extremo, sufre en carne propia las consecuencias de mirar hacia otro lado. Urge una respuesta firme y local: políticas de adaptación y mitigación, educación ambiental, y un compromiso social que esté a la altura del desafío. Porque seguir negando la realidad no detendrá el calor, pero actuar sí puede mitigar sus efectos.

Desde 1986, las temperaturas del mar en la cuenca muestran una evolución clara. Primero, fueron más frías que la media (que fue de 22,6 °C) hasta finales de los 90. Luego comenzó una etapa de calentamiento, algo irregular al principio, pero con picos como el de 2003 (+1,14 °C). En la última década, el aumento se ha acelerado: 2023 y 2024 registraron anomalías récord, con temperaturas más de un grado por encima de lo habitual (1,38 °C y 1,25 °C más, respectivamente).
En la provincia de Alicante, destaca como la playa que más rápida e intensamente se ha calentado la de El Mojón, en El Pilar de la Horadada, que desde el año 2016 viene registrando temperatura extremas en sus aguas. También destacan en este sentido Agua Amarga o El Altet, en Elche.

Las consecuencias de un Mediterráneo sobrecalentado ya se dejan notar en Alicante y en toda la fachada levantina. Aunque no existe una definición oficial de lo que constituye una ola de calor marina, la realidad observable en nuestras aguas es preocupante: temperaturas muy por encima de lo habitual desde principios de junio, con anomalías térmicas que persisten sin descanso. Este calentamiento sostenido no solo amenaza a la biodiversidad marina —como praderas de posidonia, peces, moluscos y corales—, sino que también impacta en la economía local vinculada al turismo y la pesca. Además, la pérdida de oxígeno en el agua y el estrés térmico en especies clave están alterando la cadena trófica, debilitando aún más la resiliencia de nuestros ecosistemas costeros.
Pero las consecuencias no se quedan en el agua. Un mar tan cálido actúa como un depósito de energía que puede desencadenar tormentas severas al final del verano o en otoño, especialmente cuando interactúa con masas de aire frío en altura. Esto convierte a zonas como Alicante en territorios cada vez más expuestos a episodios de lluvias torrenciales, con el consiguiente riesgo de inundaciones, daños materiales y desbordamiento de infraestructuras. Aunque la variabilidad atmosférica todavía juega un papel importante, lo cierto es que el calentamiento del Mediterráneo multiplica las condiciones favorables para estos fenómenos extremos. Ignorar esta conexión o restarle importancia desde posturas negacionistas solo contribuye a retrasar respuestas urgentes que ya deberían estar en marcha.
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