
Alicante lo ha vuelto a hacer. Ante la amenaza inminente de hordas de okupas tomando al asalto las viviendas, se activó hace ocho meses un dispositivo de élite: la flamante oficina antiokupación. ¿El balance? Una persona atendida por mes. Es decir, más que una oficina, parece un club de lectura con mucha disponibilidad.
Mientras tanto, miles de familias sin recursos siguen esperando –con paciencia olímpica– a que alguien abra una “oficina antiexclusión” o, al menos, una ventanilla donde no te pidan el historial de renta y patrimonio para recibir ayuda. Pero claro, eso no da titulares ni agita emociones.
La oficina antiokupación, con su plantilla de agentes trabajando 24/7 (porque la amenaza no descansa), sigue sin saber cuántas viviendas públicas están realmente ocupadas. Un pequeño detalle sin importancia, claro. ¿Para qué esperar a tener datos si lo que importa es actuar con contundencia… aunque sea contra molinos de viento?
Lo más admirable es la simplicidad del proceso: si alguien ocupa tu casa, basta con una denuncia y voilà, problema resuelto. Qué envidia. Ojalá la gente que no tiene casa pudiera solucionar lo suyo con la misma facilidad. Pero no. Para ellos no hay oficinas de guardia, ni agentes en turnos rotativos, ni recursos exprés.
En fin, ya quisiéramos todos que los problemas reales se arreglaran con la misma rapidez con la que se crean oficinas para problemas imaginarios.
Deja una respuesta