
Bajo un cielo sin amenaza la segunda jornada del Low Festival 2025 fue uno de esos días que se pegan a la piel. Que huelen a algo más que cerveza caliente y polvo en el tobillo. Un día que, con el tiempo, recordaremos no tanto por los nombres grandes, sino por esos detalles invisibles que marcan la diferencia: las discusiones existenciales con colegas, los conciertos que te reconcilian con la juventud, el día que descubrimos el directo de Midnight Generation o la falda-camisa a lo Axl Rose del guitarrista de Ezezez que parecía salido de un videoclip censurado por la MTV de 1992.
Viajar solo a festivales tiene esa cosa de la soledad consentida: siempre terminas rodeado de una tribu espontánea de periodistas musicales, fotógrafos con resaca y entretenidos mensajes de móvil, con un anestesista que me ayuda a dar forma a una escena de cómo matar a un personaje de mi futura novela.
En la mente, esta vez, hay una pregunta que cada uno responde a su manera. Me he dado cuenta de que hay dos formas de entender la música en directo. Supongo que yo prefiero dar con Nirvana en un escenario pequeño antes de que sacaran el «Bleach», que verlos con prismáticos y con 20.000 personas delante. Que tú optes por lo segundo, no dice nada malo de ti. Pero, como en toda polarización de vida actual – y aunque no sea una competición -conviene saber en qué lado estás. Hoy, yo estaba del lado de las bandas pequeñas que sudan, no de los dinosaurios domesticados.
Porque sin Midnight Generation, Ezezez, Kate Clover o Melifluo, el Low sería otro festival más, uno de los cien que se hacen este mes en España. Y yo, cuando pasen otros 15 años recordaré más ese concierto mágico de Viva Suecia en Las Cigarreras o el montaje de Zahara en Panoramix que el set 134872 de Fangoria o The Kooks, que suenan igual desde hace 15 veranos.
El sábado
Esta vez, la tarde empezó bien. Unos chochitos improvisados con cerveza con Loles y Juan Carlos (de 7S7) fueron el preludio del que iba a ser uno de los mejores conciertos del día…
Bajo una lona que no filtraba ni una gota de sombra, salieron los Ezezez como quien tiene algo que decir y no va a perder tiempo en discursos vacíos. Verso analógico, percusión casi tribal, distorsión medida y una rabia contenida que estalla en el momento justo. Nos dieron casi hora de honestidad escénica, y eso es mucho más de lo que dan bandas con cien veces su presupuesto. Además, «Kabakriba» es un disco de la hostia, que va a ocupar un lugar privilegiado en nuestra colección del 2025.
Se cagaron en Ralphie Choo —de forma elegante—, como quien salda una deuda generacional con el mainstream. Entre reminiscencias de Negu Gorriak, riffs sucios y una versión de Cher a lo Aerosmith pasado de rosca, nos hicieron recordar por qué la música con guitarras sigue importando, aunque algunos insistan en enterrarla.
De Ralphie Choo, no puedo decir lo mismo. Cada vez es más habitual ver el autotune pasearse por los festivales, pero soy de una generación diferente. Y aunque el tipo está rodeado de una banda más que digna – con flauta travesera incluída-, esto de hacer que cantas sobre bases programadas, es otro arte. No el que a mí, personalmente, me gusta. Y, habiendo madrugado, y con todo lo que te pierdes con los solapamientos, tener que comerte esto, es un poco mierda.
Con The Kooks, me pasó algo parecido. Los de Brighton personalizan en exceso su propuesta con todos los focos puestos en Luke Pritchard (que se conserva de puta madre, por cierto). Llevan más años que el Low en liza y su «representación» sobre el escenario no admite reproches. Lo que unido a que en más de 20 años de trayectoria tienen temazos como ‘Do you wanna’ o ‘Junk of the heart’ pues sí, nos divertimos y más, porque vi el concierto al lado de un chavalito guiri, que estaba degustando un bocata de jamón con sus padres. El tío, paladeaba cada mordisco, como si no hubiera comido algo tan rico en su vida. Esto no es jam, decía el cabrón, no, cabronzuelo, eso es ibérico…
De camino a mi acampada habitual en el Escenario de Radio 3, me paré un rato a ver el comienzo manido del concierto de Siloé. Fue un punto de inflexión, de esos que relataba cuando tienes que decidir si ver por millonésima vez lo mismo, o probar algo diferente. Y lo segundo, quien lo decidió así, acertó de pleno, porque el de Midnight Generation, fue, sin duda, el concierto de la noche.
Los mexicanos trajeron aire fresco, literal y figurado. Funk y groove en un día caluroso, donde más que pogos apetecía flotar. En un cartel con demasiados lugares comunes, ellos fueron la excentricidad necesaria, la desviación agradecida, con esa actitud de banda que ha venido a pasarlo bien, pero no a tomarse a broma el escenario. Demostraron que el funk, bien ejecutado, no está reñido con la contundencia.
Estos 5 chavales, son un puto espectáculo. Con un directo bien estructurado, coreografías, una base electrónica a veces, apabullante o tras, que no para en ningún momento de despertarte sensaciones diversas -todas buenas-. De esas bandas que el directo multiplica por 100 su versión vinílica.
El público lo agradeció. No ha habido una ovación tan cerrada y sincera como la que los despidió. Supongo que fue la forma de agradecer que alguien, por fin, nos pusiera a todos, los pelos de punta.
Suele ocurrir que cuando ves algo así, lo siguiente suele no parecerte todo lo bueno que, en realidad, es. El recinto estaba petadísimo y agobia ir sorteando gente para apenas moverte. Llegar llegamos al escenario principal. Vi un rato a Viva Suecia, desde lejos, hablando con gente que veo de año en año en Benidorm. Pero cuando tocaron los nuevos temas ‘Sangre’, ‘Deja encendida la luz’ y ‘Dolor y gloria’ me adelanté a la marabunta para ver el final del concierto de Levitants.
Los pucelanos son buena gente. Tienen un proyecto consolidado, pero mucho más lineal desde que la magia de Juan Izquierdo ya no está. Yo, reconozco, que «Enola» me parecía una propuesta diferente, y que el giro al castellano, mola, pero no me llena tanto. Y, al final, acabé apalancado en un puff charlando con los que iban y venían, mientras escribía mis notas mentales para que no se me olviden los detalles.
Melifluo sí tienen ese punch. Supongo que con «Voces externas», si no se dejan ir y mantienen esa originalidad y se despegan de la estela de Supersubmarina, van a dar el salto hacia los escenarios grandes el verano que viene.
Pero tuvieron la mala suerte de coincidir con su «paisana» Zahara, que es un camaleón escénico. Y su espectáculo es uno de los mejores que pueden verse en los festivales. Sólo la mezcla de visuales, con acústico en el baño químico, seudostriptease con bailoteos máximos, críticas irónicas y joyas asentadas como ‘Yo sólo quería escribir una canción de amor’, ‘Demasiadas canciones’, ‘Caída Libre’ (mi favorita) o ‘Berlin U5’, hacen que la hora de concierto se te pase volando.
Zahara no dio un concierto. Dio una experiencia audiovisual, política, poética y catártica. Hay artistas que cuando pisan el escenario hacen que te preguntes si el resto del cartel estaba ensayando en otra sala. Zahara no compite con nadie, porque juega en otra liga. Lo suyo es una ceremonia. Una mezcla de performance pop, electrónica emocional, discurso feminista, y luces que desangran la noche. Y sí, uno sale de ahí transformado, o al menos removido.
El peregrinaje dos, hacia el escenario principal, me pilló más avispado. Y pude ver un rato del concierto de The Empire of The Sun. Color, luces, escenografía delirante y un show que parecía sacado de un episodio de Black Mirror reescrito por Bowie. Estos australianos son los Crystal Fighters de otra dimensión, los Pet Shop Boys con maquillaje de neón. Puede que no todos los temas te lleguen, pero nadie podrá negar que convierten un concierto en un espectáculo total. Pero yo tenía una cita al otro lado con Kate Clover. Y, aunque eran las dos y veinte de la mañana, corrí para ver in situ el puro nervio y un lujo ver aquí a esta angelina que no cruza el charco tan a menudo como debería.
En 3 palabras, y sin adornos: fue la hostia. Como viajar, sin coger el avión a la glamurosa indigencia de las calles del downtown. Ahora que X ha dejado un vacío en la escena angelina, Kate y sus tres acompañantes se postulan para sucederles con una descarga de energía punk sin postureos. Directa, vibrante, como si hubiera ensayado para patear culos, no para grabar stories. Tocó con la misma actitud con la que uno sale de casa tras una ruptura: sin miedo, sin filtro, con el volumen al máximo. Y todo eso, se agradece. Y mucho.
Mi sábado acabó con un rato de Niña Polaca. Como los Kooks, los alicantino-madrileños, centran demasiado los focos en su cantante. Y un repertorio con canciones cojonudas, se queda algo vacío. Deberían darle un par de vueltas al tema estético y a la escenografía, porque ‘Mucho tiempo contigo’, ‘Los días malos’ o ‘La muerte de Mufasa’ son algunas de las mejores canciones de pop que se han hecho últimamente.
Hubiera ido a ver, también, a Anabel Lee, pero tras la odisea del Tram del viernes, me apetece estar fresco para un mañaneo dominguero por la calle de los vascos. El cartel del domingo no me motiva mucho, pero haremos el esfuerzo, para ver si Vera Fauna, Bestia Bebé y The Family Battenberg están a la altura de lo que hemos visto estos dos intensos días.
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