
El verano se va apagando en Alicante con un último fogonazo de luz. Bajo la luna de septiembre, Área 12 se convirtió en un refugio de canciones, memoria y presente: más de 10.000 personas, abarrotando el recinto, acudieron a despedir la temporada con un concierto que tuvo sabor a ritual. Leiva, ese juglar moderno que lleva más de dos décadas escribiendo en primera persona la banda sonora de toda una generación, se presentó en la ciudad con la fuerza de quien sabe que su catálogo ya es patrimonio sentimental de miles de oyentes.
El inicio, con “Bajo presión”, marcó la pauta: rock directo, electricidad contenida y una voz que, más que cantar, invoca. Luego llegaron “La lluvia en los zapatos”, “Gigante” y “Lobos”, confirmando que su repertorio reciente dialoga sin complejos con los himnos de siempre. A cada canción, la multitud respondía con un coro ensordecedor, como si el público formara parte del propio set list.
Leiva construyó el relato de la noche como solo los grandes saben hacerlo: alternando la introspección de “El polvo de los días raros” con la euforia colectiva de “Terriblemente cruel” o “Sincericidio”; la épica de “Superpoderes” con la ternura agridulce de “Ángulo muerto”. Entre medias, hubo espacio para guiños inesperados, como la versión del clásico de Chuck Berry “You Never Can Tell” —rebautizado con ese guiño irónico de “¿Quién lo iba a suponer?”—, o la delicada fusión de “Vis a vis” con “Alegría de vivir”, de Ray Heredia, que tiñó el concierto de un aire mestizo y celebratorio.
Y como si el tiempo se doblara sobre sí mismo, la memoria de Pereza emergió con fuerza. “Como lo tienes tú”, “Estrella polar” y “Lady Madrid” sonaron como si hubiesen sido escritas ayer, recordando que en aquellas canciones de juventud ya estaba la semilla de lo que hoy es Leiva: un compositor capaz de transitar del pop urbano al rock clásico con idéntica naturalidad.
El tramo final fue un estallido de emociones: “Caída libre”, “Como si fueras a morir mañana” y “Princesas” cerraron el círculo con la intensidad de un puño al aire. No fue solo un concierto; fue una despedida de verano convertida en liturgia, un recordatorio de que la música, cuando es honesta y visceral, se convierte en refugio colectivo.
Alicante, esa noche, vibró con la certeza de que Leiva no solo canta canciones: escribe capítulos en la memoria emocional de todos los que lo escuchan. Y Área 12, en su último latido estival, se transformó en un lugar donde el tiempo se detuvo y la música hizo lo que mejor sabe: salvarnos, aunque sea por unas horas, de la rutina y del silencio.
El año que viene más, y mejor.
Deja una respuesta