
Hubo un tiempo en que un “kit de festival” incluía gafas de sol, algo de purpurina y la osadía de aguantar horas en pie frente a un escenario. Hoy, los tiempos han cambiado. Ahora, junto a las ganas de música, en la mochila caben tiritas, flisflis antimosquitos, linternas y un buen arsenal de paciencia para seguirle el ritmo a los peques.
Y oye, aunque no es lo mismo, tampoco está nada mal…
El pasado sábado 13 de septiembre, bajo la pinada centenaria de los Salesianos en El Campello, nos dimos cita unas cuantas familias atrevidas, en una tarde que olía a fiesta, a merienda compartida y a esa mezcla de caos y alegría que solo se da cuando los niños son los verdaderos protagonistas. Mientras ellos se desfogaban corriendo de un lado a otro, nosotros – con nuestras camis de grupos de otros festivales – descubrimos lo bien que sienta un festival sentado en una manta de cuadros, copa de vino en mano y con un picnic casero digno de estrella Michelin: pechugas rebozadas, empanadillas, ensalada gourmet, pan tostado y cosas que los niños tienen que aprender a comer.
Sobre el escenario, tres bandas familiares pusieron la guinda al planazo. Alberto Celdrán, ejerciendo de cicerone, nos abrió paso entre juegos, historias y canciones; el Dr. Sapo, con su mezcla irresistible de letras de amor y guiños infantiles, nos hizo cantar a grandes y pequeños; Pez al Revés nos llevó por derroteros más poéticos y metafóricos; y, como sorpresa, la mitad de la Banda Mocosa nos regaló un viaje animal tan divertido como didáctico.
La tarde fue un éxito: música vibrante, juegos musicales improvisados, colaboraciones inesperadas, columpios, luces de linterna y esa sensación de estar en un lugar mágico, donde la pinada se convirtió en cúpula natural de un mini festival con mucho alma.
Sí, echamos de menos aquellos ratos en el Low o el Warm, saltando con bandazas hasta que nos dolían las piernas. Pero lo de ahora tiene otro sabor: poder ir descalzo, ver a tus fieras disfrutar, y descubrir que el festival perfecto también cabe en una tarde de septiembre, con familia, música y un picnic de la hostia.
Ojalá se repita pronto.
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