
Tras años de desencantos en Eurovisión, España ha decidido marcar un antes y un después. El Consejo de Administración de RTVE aprobó por amplia mayoría —diez votos a favor, cuatro en contra y una abstención— retirar a nuestro país del festival si Israel no es expulsado de la próxima edición. Con ello, España se convierte en el primer miembro del poderoso Big Five en poner la ética por delante del espectáculo.
La decisión llega en un momento clave: la Unión Europea de Radiodifusión (UER) vive presionada por un creciente número de televisiones públicas que reclaman la exclusión de Israel a raíz de su ofensiva militar en Gaza. Países Bajos, Eslovenia, Islandia e Irlanda ya habían condicionado su participación, pero el paso de España tiene un peso simbólico enorme por su estatus privilegiado dentro del certamen.
El presidente de RTVE, José Pablo López, lo dejó claro: “No podemos seguir poniéndonos de perfil con lo que está sucediendo. El genocidio que se está produciendo en Gaza no nos permite mirar hacia otro lado”. Un mensaje directo, firme y que devuelve al festival la dimensión política que a menudo se ha querido maquillar con luces y pirotecnia.
Un descanso necesario para España
La noticia puede interpretarse también desde otra óptica: la de una pausa saludable. Tras años de fracasos y resultados decepcionantes, quizá sea el momento de replantear la estrategia. Renunciar un año al escaparate europeo no significa renunciar a la música: el Benidorm Fest se mantiene, y RTVE ha confirmado que seguirá siendo el motor de selección y promoción de artistas nacionales.
Ese espacio, sin la presión de Eurovisión, podría convertirse en un laboratorio de identidad y calidad, un terreno fértil para que florezca la escena musical española con más libertad. Tomarse un respiro, en ocasiones, es la mejor manera de volver más fuerte.
La decisión de RTVE ha recibido el respaldo explícito del Gobierno, con el ministro de Cultura Ernest Urtasun advirtiendo que “los eventos culturales y deportivos no pueden blanquear un genocidio”. Una visión que conecta con la movilización ciudadana y con la recogida de firmas impulsada por Sumar, que ya suma miles de apoyos para exigir el veto de Israel en Eurovisión.
La tensión recuerda inevitablemente a otros momentos históricos en los que la música y la política se entrelazaron. Eurovisión nació con vocación de unión, pero no puede ignorar que es también un escenario global de valores y mensajes. España, en esta ocasión, ha preferido levantar la voz antes que ofrecer un espectáculo vacío de conciencia.
¿Y el futuro?
Si la UER rectifica y veta a Israel, España estará en Viena 2026. Si no, veremos un año de pausa que puede ser, paradójicamente, la mejor noticia para nuestra relación con el festival. Aplaudir esta decisión no es solo un gesto político: es también celebrar que, por una vez, la música española entra en el debate europeo con algo más poderoso que una canción mediocre.
En tiempos donde todo parece reducirse a espectáculo, RTVE ha elegido dignidad. Y ese, quizás, sea el mayor triunfo eurovisivo que España haya logrado en décadas.
Deja una respuesta