Hay lugares donde el tiempo parece haberse detenido, donde la piedra conserva aún el eco de voces remotas. La Cova de l’Or, en el término de Beniarrés, es uno de esos espacios privilegiados. Asomada a 675 metros sobre el nivel del mar, en la vertiente meridional de la sierra del Benicadell, la cueva domina el valle como un mirador natural. Desde su boca, el paisaje se abre luminoso, con la misma luz que debió acompañar a aquellos primeros agricultores que, hace más de siete mil años, la eligieron como refugio, almacén y santuario.
Visitar la Cova de l’Or no es solo un viaje al pasado. Es, sobre todo, un encuentro con nuestros orígenes como sociedad agrícola y simbólica. Allí, en el corazón del Benicadell, se encuentran las raíces de nuestra relación con la tierra, con el arte y con la muerte.
Cada vez que uno entra a esa cueva, siente que los fragmentos de cerámica, los granos de cereal y las figuras danzantes nos hablan aún. No como vestigios mudos, sino como testigos de un tiempo en que el ser humano aprendió, por primera vez, a sembrar, a representar y a creer.
Y en ese eco remoto, entre el silencio y la piedra, uno comprende que el verdadero oro de la Cova no fue nunca el metal, sino la memoria.
El eco de los ritos
Pero en la Cova de l’Or hay algo más que actividad doméstica. Los enterramientos humanos, la abundancia de cereal tostado y la singularidad de las cerámicas sugieren que, además de vivienda, fue un lugar de rito. Es posible imaginar aquellas reuniones en torno al fuego, donde el alimento, la muerte y el símbolo se entrelazaban.
Las cerámicas impresas con concha, características del Neolítico Cardial, revelan una estética compartida por todo el Mediterráneo occidental. Algunas piezas, sin embargo, destacan por su fuerza expresiva: figuras humanas con los brazos alzados, solas o en grupo, evocando posturas de súplica o danza. En ellas reconocemos el germen de lo que llamamos Arte Macroesquemático, esa corriente simbólica que se plasma tanto en la cerámica como en los santuarios rupestres de La Sarga o el Pla de Petracos.
La Cova de l’Or parece haber formado parte de ese mismo circuito ritual, un territorio sagrado donde los primeros agricultores rendían culto a la fertilidad, a los ciclos de la tierra y a los ancestros. Quizá allí, entre las luces y sombras de la cueva, nacieron los primeros relatos que dieron sentido a su mundo.
Desde que fue descubierta en los años treinta del siglo XX, la Cova de l’Or ha sido un referente para quienes nos dedicamos a reconstruir los orígenes del Neolítico peninsular. Las excavaciones dirigidas por Vicente Pascual Pérez en los años cincuenta y, más tarde, por Bernat Martí Oliver, en los setenta y ochenta, fueron decisivas para definir su secuencia estratigráfica. Gracias a ellos sabemos que la ocupación de la cueva abarca todo el desarrollo del Neolítico (5500–2800 a.C.), un periodo de transformación profunda en la historia humana.
Las investigaciones recientes del MARQ han continuado esa labor, permitiendo revalorizar el yacimiento y hacerlo accesible al público. Las intervenciones han documentado además la presencia de objetos ibéricos, romanos y medievales, prueba de que la cueva siguió atrayendo visitantes y usos a lo largo de los siglos. Quizá nunca dejó de ser un lugar de memoria.
Hoy, entre la ciencia y la emoción
Para quienes trabajamos sobre el terreno, excavar en la Cova de l’Or es algo más que un ejercicio técnico. Cada capa de sedimento guarda una emoción contenida: el asombro de encontrar, entre fragmentos de cerámica cardial, una huella de mano, un grano de cereal, un diente humano. Pequeñas cosas que, sin embargo, contienen toda una cosmovisión.
El estudio de sus materiales no solo nos habla de economía o tecnología, sino también de identidad y pensamiento. En aquellas figuras de brazos alzados reconocemos la primera expresión plástica de la fe, del gesto humano que busca comunicarse con lo invisible.
Convertida en Museo de Sitio y Bien de Interés Cultural, la Cova de l’Or puede visitarse gracias a un proyecto conjunto del Ayuntamiento de Beniarrés y la Fundación C.V. MARQ. El recorrido comienza en el Centro de Interpretación, en el casco urbano, donde una proyección contextualiza el paisaje y los hallazgos. Desde allí, los visitantes se desplazan hasta el inicio del sendero que asciende hacia la cavidad: unos 850 metros que se recorren entre antiguos bancales, respirando el mismo aire que un día compartieron los primeros agricultores.
Dentro de la cueva, la luz tenue —alimentada por energía solar— permite apreciar la forma del espacio, la inclinación del suelo, la textura de las paredes. Es un lugar donde la ciencia se encuentra con la emoción, donde la arqueología se convierte en experiencia sensorial.
Visitas y reservas
Las visitas se realizan los sábados y domingos, con salidas a las 9:00 y 11:30 horas, previa reserva obligatoria a través de la web del MARQ (www.marqalicante.com) o mediante contacto por correo electrónico (info@marqalicante.com / covadelor@marqalicante.com).
El precio es de 5 € (tarifa general) y 3 € para escolares.
















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