Una vez más, los usuarios de la Biblioteca Azorín asistimos desde la distancia —y la impotencia— al anuncio de una nueva reunión entre administraciones. Este viernes, técnicos del Ayuntamiento de Alicante, la Conselleria de Cultura y el Ministerio de Cultura se sentarán a revisar los pasos pendientes para conceder la licencia de obra mayor y ambiental que permitiría, por fin, iniciar la rehabilitación del edificio del Paseíto de Ramiro.
El encuentro, de carácter técnico, servirá para coordinar la documentación que aún falta por presentar y definir el camino administrativo hacia la ansiada reforma. Sobre el papel, el objetivo es claro: desbloquear un proyecto que lleva años encallado entre informes, licencias y comunicados. Pero para quienes seguimos buscando un espacio digno donde leer, estudiar o consultar los fondos de Azorín, la sensación es de déjà vu.
Mientras las instituciones cruzan correos y convocatorias, la biblioteca no cumple su función y el patrimonio literario que alberga sigue sin una casa adecuada. Los lectores perdemos tiempo, acceso y memoria. En una ciudad que presume de su legado cultural, resulta paradójico que una de sus bibliotecas más emblemáticas siga siendo un proyecto pendiente.
La falta de acuerdo entre administraciones no solo retrasa una obra: erosiona la relación entre la ciudadanía y sus espacios de cultura. Cada mes que pasa sin avances nos recuerda que la lectura, en Alicante, parece tener menos prioridad que los trámites.
Porque detrás de los comunicados y los plazos, hay una comunidad lectora que espera, con paciencia cada vez más escasa, que la Biblioteca Azorín vuelva a abrir sus puertas —no como símbolo de desencuentros burocráticos, sino como refugio vivo para la palabra y la memoria.
















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