Reflexiones de los días previos. El intro.
La divulgación está de capa caída…
Entiendo que por falta de tiempo, aunque no desestimaría el hecho de que esta abducción integral a la que nos ha sometido el puto móvil, como en una distopía, haya eliminado la curiosidad de nuestras vidas, con el riesgo a caer en la tentación de la incultura que eso conlleva.
Si tenéis niñ@s cerca, os habréis dado cuenta de lo diferente que es su concepción de la realidad, colapsada por diferentes por qués (entre signos de interrogación) acumulándose, con respecto a nuestra mala costumbre – de moda – de buscar respuestas en ese aparatito de los cojones.
Antes de Bello Público, me pregunto cuáles son mis filtros, si está intacta mi objetividad y a qué recurro cuándo necesito credibilidad.
No vale con el titular. Eso está claro. Pero… la exigencia… ¿la mimamos lo suficiente?
Sobre la capacidad de sentir y el tiempo.
Antes de que empezaran los saraos, estaba inmerso en la cruzada de preguntar a la gente cuáles eran sus hobbies. Qué les entretenía. La sorpresa fue contemplar que hasta eso se ha templado y «democratizado», porque gran parte de las respuestas giraban en torno al gimnasio, los viajes y el hedonismo socio-cultural. Que en el fondo, se parece bastante a no decir nada concreto, o a adquirir como propios los «vicios» de la mayoría.
Hace no tanto tiempo, coleccionábamos monedas, gusanos de seda, entradas de conciertos, discos, álbumes de fotos… imagino que porque teníamos tiempo para aburrirnos. Ahora, en cambio no. Nos limitamos a recopilar chorradas en un móvil, que tapamos con otras cosas (así en genérico) que al final, ni vemos, ni escuchamos, ni degustamos. Y ¿sabes lo que pierdes sin todo eso? –capacidad de sentir-. Y de valorar, lo que tiene calidad, y lo que no.
Porque si no te has dado cuenta aún, sin tiempo, no hay reflexión, y sin reflexión, la capacidad de sorpresa actual dura, según los expertos, quince segundos. Luego, pasas al siguiente vídeo, te tragas treinta mil más e igual tienes suerte y el algoritmo te manda algo que perturbe tu atención otros 15 segundos.
Todo caduca demasiado rápido…
Minoría absoluta, pero bella.
Imagino que la cultura se ha convertido en una especie de aunador de gente que, de alguna manera, se rebela contra esa mierda. Y busca cosas que no se repitan cuarenta veces. Que te remuevan, que te aporten algo diferente, que amplíen tu conocimiento…
-¿Dónde está eso? – te preguntas
El Bello Público, por ejemplo, o la Muestra de Teatro que acaba de acabar, sirven para demostrar que en una ciudad de 300.000 habitantes (casi un millón si sumamos «la contorná») hay un 0,1% escaso INSURRECTO. Unas 300 almas que pueden apagar una hora la pantalla, o se arriesgan a que Javier Gallego perturbe tus ritmos, un grupo que se llama Orina se mee en tu rutina, mientras Guadalupe Plata dé palmas y se retrotraiga en densos cantes jondos.
Que conste que yo me esfuerzo, más o menos, como Santa Leonor organizando esto, el que trajo a Nudozurdo a Stereo a esa misma hora, o a Pepe Viyuela al Arniches un rato antes… Pero, en realidad, lo que jode, es que, luego, muchos se quejen de que son infelices, y se limiten a seguir haciendo lo mismo.
-Es que no hay nada que hacer- repiten
Habría que partir de reconocer que si no tienes sensibilidad Safo no te va a tocar la fibra. Y si no tienes conciencia de clases, «La Caída del Imperio», tampoco te va a decir mucho. Por eso, me limitaré a decir, que probar, es la única manera de romper con tu monólogo interior. Ampliar tus recursos y ¿por qué no? acercarte a una parte crítica, irónica, feminista, revolucionaria o cultural, que igual, por educación (o desinterés) no te ha acabado de llegar lo que debería.
E igual, removida esa parte previa, podrían empezar a interesarte otras cosas. Y, como nos pasó a 100 o 200 insurgentes, tu sábado puede estar lleno de esos pequeños/grandes alicientes. Hasta con una niña de 5 años de la mano (para que, tampoco eso, lo uses como excusa).
El sábado insurrecto, y bello.
Desayunar fuerte es importante, sobre todo en los días que no suena el despertador…
La primera parada del sábado fue en Pynchon, una librería (para el que no lo sabe), dónde Javier Gallego presentaba su novela «La Caída del imperio». Por si tampoco lo sabes, Carne Cruda es un programa de referencia para todos los que seguimos pensando que el mundo, no está mal, pero se puede mejorar. De sus emociones (de)construimos noches y hacemos frente a imperios que ojalá cayeran, como se nos caen, a nosotros, los años encima.
Como Bello Público, «El crudo» y su equipo, se esfuerzan en poner en duda las rutinas, las políticas y las mediocridades imperantes. Hay humor, ironía, realidad… justo lo que encontramos, de manera individualizada y en directo, en la presentación de Pynchon, con Raúl Cornejo como interlocutor.
La obviedad de la sinopsis es que todos somos, o hemos sido, jóvenes y hemos tenido razones diversas para revelarnos, sino contra el sistema, sí contra una parte de él. Pero no es menos evidente, que nos hemos acabado de cansar sin hacer demasiado por el mundo, ni por nosotros mismos. Y en eso, da igual la letra, o el sobrenombre, que le pongas a tu generación.
A veces, nos faltan momentos, o palabras para hacerlo, supongo. Y, justamente, saber que alguien se ha molestado en escribir un manifiesto que puede servirte de borrador, ya da por válido el sorbo de cerveza y el gasto en el ejemplar firmado. Y más si en su descripción, volamos por todas las pequeñas cosas que la inmediatez nos ha hecho olvidar: del Mayo del 68 a la DANA, pasando por el 15M, la movida madrileña, Errejón y su puta madre.
Estos saraos tienen un punto de endogamia, porque el flujo de gente es, siempre, más o menos el mismo. Diría que hasta nos queremos, aunque no nos lo digamos. Porque, al menos, compartimos esa curiosidad.
Pero disimularemos fingiendo ser individualistas, y comeremos cada uno en un sitio diferente, para macerar lo aprendido. Antes de seguir.
La noche…
(siento no haber llegado a la sesión vespertina…)
Extraño, cuanto menos, es que un alto porcentaje de los presentes en la hora del vermú, estuviéramos, también, a las 21.00h en Las Cigarreras. No comemos juntos, pero compartimos agenda, que ya es algo.
En general, la plebe iba a ver a Christina Rosenvinge en su versión sáfica. Pero todos, sin excepción, nos llevamos una grata sorpresa con el recital loopeado de Elsa Moreno.
Siguiendo con la tónica del disfrute y sus matices, diría que hubo un principio que recordó que el erotismo tiene cabida en estos tiempos «sobrepornografiados». Poner en valor la sensibilidad, donde más necesaria se supone que debería ser, parece una obviedad. Pero seguramente, no hay práctica mejor, que poner voz, guturales y palabras, a esa luz que la repetición apaga. Y más en estos tiempos en los que dar por sentado cosas, genera numerosos disgustos. La mayoría por falta de entendimiento (o de comprensión) (o de diplomacia) (o de abrazos)…
Ante eso, no viene mal una sesión de «Cuerpo – pie – cuerpo – uña… » para que el sentimiento vuele como un pájaro. Aunque sólo sea para sentir el pálpito de ese corazón sigiloso, pero presente, a veces. Merece la pena haber llegado, estar ahí, escuchando, sintiendo, dibujando escenas particulares, cada uno en su cabeza y sus pinturas pisadas, o rompiendo ramas entre repeticiones de ruidos de lengua, besos que no suenan y sueños que no requieren que cierres los ojos.
En apenas cinco minutos de luz encendida, y cambio de asiento, volamos del presente a la época arcaica a poner en valor a una de los nueve poetas líricos. La décima musa. La voz de Afrodita. Y, también, la gran olvidada…
///S A F O /// ROSENVINGE /// Mimesis /// S A F O ///
Safo se reencarna en Christina Rosenvinge en modo multidisciplinar. La música y sus letras son una cosa, pero este espectáculo, salta de las teclas del piano, a posits con frases, libros con hojas marcadas, reivindicación, feminismo, realidad… y mucha naturalidad.
El arte de escuchar cobra sentido entre el silencio, la oscuridad y la atención que el aparatejo que todos tenemos silenciado, nos permite tener. Octavio envidiaría la vigencia de los epitalamios despertando a Afrodita, convirtiendo a Narciso en flor o generando poemas sin rima con las palabras sueltas de los versos de Safo que nunca podremos leer, pero que por unas horas, personificamos en la voz y la imagen de La Rosenvinge.
La inspiración se detuvo en una Caja Negra. Podría ser la de Pandora, pero no, el silencio pausado lo conquista la voz de una musa actual trayendo a Alicante, de un pasado lejano, el arma más potente que dispone el ser humano: la palabra pura, el verso que te atraviesa como una bala, la rima que golpea tu cerebro y alimenta el alma (si es que existe).
Alceo también se muere de envidia desde el otro lado de la historia, en esta era sin pausas, reseca, ávida de luz, sentimientos, Eos, filosofía y desprotecciones que rompan cadenas.
Mi bello público de punta, cómo el de todo el que me rodea, replica «la canción del eco». Sosegado frente a la histeria cruda del viernes. Contagiado por palabras que invitan a pensar. Incitan a soñar. Incluso a blanquear el negro de esta caja. Con más luz hoy, que casi ningún otro rincón de la ciudad.
La curiosidad nos ha regalado un sábado irrepetible. Quien se lo ha perdido no sabe que ahora mismo, podría estar entendiendo que se puede llorar sin sentir pena, tener una taquicardia sin apenas moverse. Sobre el cuello un cerebro lleno de preguntas e información por procesar. Y en el resto de la materia entretenimiento que se almacena en la memoria para sobrellevar el tránsito hacia el siguiente estímulo. No el de la pequeña caja tonta que llevamos en el bolsillo, sino el que elijamos con este criterio que hoy está más nutrido que ayer, pero menos que mañana.
-De verdad ¿No tienes curiosidad?-
-Pues vístete de duda y sal a darte una vuelta-
Paco Grao dice
No entiendo que actividades tan nutritivas como Bello Público tenga tan poca repercusión en Alicante y no será por el precio mientras que se agolpan centenares de personas para ver y casi no escuchar a cualquiera que salga en TV. Es una pena pero es la inercia de estos tiempos y no podemos hacer mucho contra ella. Bueno sí, aprovecharnos de ser minoría, siempre privilegio frente a las masas.