
En este medio, nos negamos a hacer una sección de sucesos. Bastante jodida está la vida, como para hablar de asesinos… Pero en los últimos meses, la provincia de Alicante ha experimentado una serie de tiroteos que han dejado perplejos a los vecinos, preocupados a las autoridades y, por supuesto, encantados a ciertos medios de comunicación. La proliferación de estos episodios violentos ha sido interpretada con ligereza, incluso cinismo, por titulares que, más que informar, caricaturizan la realidad. “Reyerta entre inmigrantes”, “tiroteo en barrio conflictivo”, “ajuste de cuentas entre bandas”. Todo suena a marginalidad, a lumpen, a pobreza. Pero, ¿y si el relato dominante no se corresponde con la realidad?
El imaginario que algunos medios dibujan es tan predecible como manipulador: inmigrantes pobres, desarraigados, sin cultura ni recursos, que importan su violencia a nuestras calles. Que haberlos haylos, como hay tiroteos entre ciudadanos españoles. Pero esta narrativa encaja muy bien en el discurso de ciertos partidos políticos que no pierden oportunidad para cargar las culpas sobre Pedro Sánchez, su política migratoria y el “efecto llamada”. VOX y el PP se suman al coro, apuntando con el dedo hacia el inmigrante genérico, sin matices ni contexto.
Sin embargo, hay una ironía espesa flotando en el ambiente, una que no aparece en las portadas. Porque sí, los protagonistas de muchos de estos tiroteos son inmigrantes, pero no exactamente los que imaginan los titulares: no se trata del joven marroquí sin papeles que sobrevive en un taller, ni del senegalés que vende gafas en la playa. Hablamos de mafiosos chechenos, clanes albaneses, narcos serbios, inversores rusos con pasaporte dorado y cuentas opacas. Hablamos de tipos que compran chalés en la Vega Baja y la Marina Alta, que invierten en criptomonedas y lavan dinero a través de restaurantes o inmobiliarias. Hombres trajeados, con armas y chófer.
Y ahí está el detalle gracioso —por no decir indignante—: cuando ocurre un tiroteo en una urbanización de lujo, entre bandas organizadas que han traído sus guerras desde los Balcanes o el Cáucaso, la narrativa se diluye. El titular sigue poniendo “inmigrante”, pero se calla lo demás. No hay mención al crimen organizado, a las mafias internacionales, a las tramas de blanqueo que se mueven con absoluta impunidad entre campos de golf y puertos deportivos.
(Y obviamente, nadie indaga en cómo se han comprado esas casas y cómo contribuye eso a la gentrificación que estamos sufriendo, por ejemplo)
¿Y la policía? Hace lo que puede. Pero la legislación, la burocracia y la falta de medios muchas veces le impiden anticiparse. ¿Y los vecinos? Cada vez más desinformados, más confundidos, y lo que es peor, más tentados a comprar la idea de que el problema es “la inmigración”, sin distinguir entre quien escapa del hambre, que generalmente, bastante tiene con trabajar y sobrevivir (como para pegar tiros) y quien escapa de una redada internacional. Es como confundir al bombero con el pirómano.
Alicante se está convirtiendo, lentamente, en un decorado de postal con sótanos oscuros. La violencia ya no es cosa del lumpen, sino del lujo criminalizado. Pero mientras se siga mirando hacia el inmigrante pobre como chivo expiatorio, mientras los medios hagan de cronistas del miedo selectivo y los políticos aprovechen para sacar rédito electoral, el verdadero problema seguirá creciendo sin que nadie se atreva a nombrarlo.
Porque no es solo un tiroteo más. Es el síntoma de un modelo de ciudad que, en su afán de atraer inversión a cualquier precio, ha abierto la puerta también al crimen organizado. Y cuando los disparos resuenan entre los olivos y las palmeras, tal vez ya sea tarde para disimular con titulares cómodos.
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