No tener plan de huida puede ser una ventaja…
Cuando escasea la pasta, conviene tener imaginación para buscar en la rutina algo que le dé a tu «puente» un punto alternativo. Y para eso, Los Conciertos del Baluarte, son un buen plan.
El Castillo estaba ornamentado con movidas medievales, de un supuesto mercado que, aparte de un simpático vendedor de historias y unos jugadores de dados, brillaba por su ausencia. Así que, a pesar del intento, acabamos como siempre, junto a la barra de los vermús, de charleta y asegurándonos que nadie volara, esperando que empezara la música en directo.
Zoem abrió la veda en su primer concierto. Tiene buena voz y un pequeño cacao de estilos peleándose para que de la nostalgia y los abrigos, salga algo reconocible. El show de la joven valenciana trata de unas bases pre-grabadas a las que pone voz. Un formato que en un bar pequeño, oscuro y acogedor, puede molar. Como fondo de conversación con un té humeante, también, pero, aparte de corto, quedó un poco desangelado y vacío, al menos, desde el romanticismo de ver todo el equipo montado a su alrededor. Daban ganas de gritar ¡Hay un batería en la sala! ¡Y un bajista!
En el lado opuesto, estuvo el merequetengue de los Axolotes Mexicanos. Dos, muy «Durantes» ellos, andaban curioseando en las historias medievales de antes del mediodía. Viéndoles de lejos, daba la sensación de que se hubieran puesto las armaduras a gusto. Pero aquí, las lanzas son guitarras, y los tambores de guerra, tienen ritmos con tonos diversos abrazados por mucha distorsión.
La reminiscencia paquiderma rosa es innegable. El rollo fuzz desvía la atención, pero por el borde de la magia, siempre asoman influencias noventeras, un halo japonés y cierta pleitesía a una mezcla de Los Fresones Rebeldes, Camera obscura y otros que abanderaban lo que sí se podría denominar indie en aquellas eras de armaduras forjadas con margaritas de colores.
Pero si como yo has pasado muchos sábados en Alicante pasándotelo mal, y sin un sitio estable en el que hacer cosas que no sean beber, este plan mola. Te rozas con gente interesante, pones al día tus listas de reproducción y ves como suenan en directo algunos de esos discos de la lista de «los mejores del 2024» que llevas un tiempo montando.
«4ever», el cuarto de este divertido quinteto, está por ahí, buscando posición. Y es un gusto personificar la voz en Olaya Pedrayes, con un look muy manga, rodeado de cuatro bestias con guindillas en el culo, que no pararon ni un segundo de disparar temazos, sucios, y a varias voces.
Mucho pogo, vasos de cerveza y viento, al aire libre, en una combinación curiosa para pasar el mediodía, compartiendo medias sonrisas y evocaciones de bailes propios de esa Europa a la que mola pertenecer, aunque sea en pinceladas de este tipo.
A Alicante le hacía falta, creo. Y molaría que el Ayuntamiento, o Esatur, apoyaran un poco la moción, con una lanzadera constante en las 2 o 3 horas de máxima afluencia, o que pusieran unos baños para no tener que andar subiendo y bajando a la torre de homenaje, perdiéndonos medio concierto.
Hay cosas que cuestan poco y redondean los planes. Ya sé que mola más vender la parte medieval, o la foto del Postiguet desde arriba. A veces, parece que les joda que un plan cultural tenga éxito, pero en los pequeños detalles que otros sí cuidan, está romper esa parte efímera que tiene todo lo que tiene un mínimo de aceptación por estos lares.
No estaría de más que esas pequeñas puntualizaciones se pulieran ya, el sábado que viene en la matinal con La Habitación Roja y Villanueva, o en el siguiente con la prefiesta navideña que Baltimore ha organizado con Koko Jean y La Coctelera del Indio.
Sólo por toda la gente de aquí, y de allí, que ha subido por primera vez en su vida a lo alto del Monte Benacantil, ya merece la pena. ¿No?
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