Hay sábados que no parecen sábados, sino pequeños paréntesis en el ritmo habitual del tiempo. El Día Internacional de los Museos en el MACA fue uno de esos. Un inspirador suspiro cargado de estímulo, juego y belleza. Porque en este museo, especialmente en sus talleres, se borra la frontera entre lo infantil y lo adulto, entre lo lúdico y lo profundo. Simplemente se disfruta.
La actividad del día era un «homenaje en silueta». Inspirados en Kara Walker, nos recortamos en sombra: nuestros perfiles —el mío, el de mi hija— se incrustaron en escenas tan dispares como el universo onírico de Frida Kahlo, la firmeza de Greta Thunberg o la efervescencia histórica de la Caída del Muro de Berlín. Una niña de seis años no necesita entender el contexto para sentirlo. Y eso fue lo hermoso: verla crear sin juicio, intervenir imágenes como si el arte le perteneciera desde siempre. Porque, en realidad, le pertenece.
La infancia tiene una forma pura de relacionarse con lo artístico. En algún punto del camino, los adultos perdemos esa conexión. Dejamos de mancharnos las manos, de recortar, pegar, inventar. Cuando, en el fondo, las manualidades no son sólo un pasatiempo infantil, sino una forma tangible de procesar lo intangible. En ese rato, entre papel y tijeras, uno se da cuenta de que también está curándose de eso que ni los médicos ni sus recetas pueden curar.
Salimos del taller con los ojos chispeantes. Recorrimos el museo con la ligereza de quien juega, no de quien contempla solemnemente. Resolvimos enigmas entre obras, nos dejamos sorprender por un «Mitolatorio» mitad procesión, mitad performance, que parecía reírse de los rituales mientras los reinventaba. Giramos piezas de Sempere como si el arte pudiera responder a un impulso curioso, sin solemnidad. Llevamos a los aitonas —los abuelos— a la pieza de Chillida, para demostrarles que aquí, el silencio también es una forma de escultura. Luego, los saxos de Soniart nos envolvieron como un encantamiento, y una propuesta escénica entre instalaciones nos recordó que el arte contemporáneo también sabe hablar el lenguaje del cuerpo.
El MACA no celebra el arte como un objeto. Lo vive como un verbo. No sólo en días señalados como el DIM, sino cada vez que abre sus puertas y permite que el arte y la vida se mezclen, se confundan, se celebren.
La vida es eso: la sombra de un perfil en una imagen poderosa, el recorte de una emoción que no sabíamos que teníamos, el asombro compartido con una niña que empieza a intuir que el arte, como la vida, se disfruta más cuando se juega.
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