
El Alzheimer es una enfermedad devastadora, no solo para quienes la padecen, sino también para sus familias y su entorno más cercano. Una auténtica lacra que avanza silenciosamente y para la que, a día de hoy, no existe cura. Por eso, cada acción que contribuya a prevenir su aparición o retrasar sus efectos es absolutamente necesaria.
Una de las claves más evidentes —y a menudo ignoradas— es la actividad física. Según diversos estudios científicos, las personas que llevan una vida sedentaria tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Por el contrario, quienes practican ejercicio con regularidad, incluso en edades avanzadas, tienen más probabilidades de mantener sus capacidades cognitivas en buen estado. Se calcula que la inactividad física podría estar detrás de hasta un 13% de los casos de Alzheimer en todo el mundo. Un dato tan contundente como alarmante.
Un nuevo estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y el BarcelonaBeta Brain Research Center (BBRC) aporta nuevas pruebas sobre este vínculo. La investigación, encabezada por la científica Eider Arenaza-Urquijo, analizó durante cuatro años a 337 personas sin deterioro cognitivo del estudio ALFA (de la Fundación La Caixa), examinando su nivel de actividad física y cómo este influía en la salud cerebral.
Los resultados no dejan lugar a dudas: la mediana edad, ese periodo entre los 45 y los 65 años, es un momento crítico para actuar. Quienes aumentaron su nivel de ejercicio en este tramo mostraron marcadores cerebrales más saludables, asociados a un menor riesgo de Alzheimer. Por tanto, incluso quienes han llevado una vida sedentaria aún están a tiempo de cambiar de rumbo y proteger su cerebro.
Las pruebas de neuroimagen realizadas en este estudio revelaron datos inquietantes y esperanzadores al mismo tiempo. Los participantes más activos presentaban una menor acumulación de beta amiloide, una proteína que obstruye la comunicación neuronal y cuyo exceso se considera uno de los primeros indicios de la enfermedad de Alzheimer. Además, los que más se movían mostraban un mayor grosor cortical en regiones clave para la memoria, lo que refuerza la idea de que el ejercicio físico no solo fortalece el cuerpo, sino también la mente.
Müge Akıncı, primera autora del estudio, destaca un hallazgo relevante: incluso quienes no llegaban a los niveles recomendados por la OMS obtenían beneficios cerebrales frente a quienes no se movían en absoluto. Es decir, cualquier tipo de actividad física, por mínima que sea, suma en la prevención de esta enfermedad.
Cinco pilares para prevenir el Alzheimer
La Fundación Pasqual Maragall, abanderada en la lucha contra el Alzheimer, resume en cinco puntos las claves para reducir el riesgo de esta dolencia:
- Controlar la salud cardiovascular: vigilar la hipertensión, el colesterol, la obesidad y la diabetes es esencial para reducir el riesgo de deterioro cognitivo.
- Seguir una dieta mediterránea: rica en frutas, verduras, legumbres, pescado, frutos secos y aceite de oliva virgen extra, y pobre en ultraprocesados y grasas saturadas.
- Practicar ejercicio físico de forma regular: no hace falta correr maratones, basta con caminar a buen ritmo cada día.
- Estimular la mente: leer, aprender cosas nuevas, resolver pasatiempos o participar en talleres son formas sencillas de mantener activo el cerebro.
- Mantener una vida social rica y activa: las relaciones humanas son un potente protector frente al deterioro cognitivo.
En definitiva, el Alzheimer no es un destino inevitable. Aunque no se puede eliminar por completo el riesgo, sí está en nuestra mano reducirlo de forma significativa. Apostar por la prevención, cuidarnos y mantenernos activos no es solo una opción sensata: es una obligación ante una enfermedad que sigue robando memorias y vidas cada día. Porque cada paso cuenta. Y cada movimiento puede marcar la diferencia.
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