Los domingos tienen su propio tempo. No importa si el resto de la semana corro de un lado a otro, si desayuno en diez minutos o si el café se enfría mientras respondo correos. El domingo es distinto. Compro El País, me hago un café con calma, y me dispongo a leerlo como si abriera una ventana al mundo… aunque lo que entre por esa ventana no siempre sea precisamente aire fresco.
Hoy, en titulares: crece Vox. El trumpismo desembarca en Japón justo cuando se cumplen 80 años de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Refugiados. Guerras. Gaza. Piratas que conducen taxis. La deuda del sueño. Gente sin vacaciones. Incendios. La mezquita de Córdoba. Y así, hoja tras hoja, veinticuatro páginas que parecen una procesión de miserias.
Leo despacio, sorbo el café, y pienso que este ejercicio dominguero es casi un acto de resistencia: aguantar el peso de todo lo malo sin mirar hacia otro lado. Pero, confieso, también me deja un regusto amargo. Es un contraste brutal con el carrusel de fotos soleadas de Instagram, donde todos parecen estar bronceándose en playas de postal o brindando en terrazas. En el periódico, en cambio, no hay cócteles con sombrillita; hay humo, hay sirenas, hay gente que huye.
Me pregunto si no sería posible intercalar algo de esperanza entre tanta desgracia. No digo dulcificar la realidad, que bastante endulzada está en otros sitios, sino equilibrarla. Mostrar que, incluso en este mundo que parece derrumbarse en bucle, pasan cosas buenas. Que existen avances, gestos de humanidad, logros que no deberían perderse en la letra pequeña.
Hoy, sólo la cultura y el deporte me ofrecen ese respiro: una exposición que promete reconciliarme con el arte, la crónica de un partido que ganó quien menos se esperaba. Son pequeñas islas en medio del naufragio informativo, pero ahí están.
Así es la realidad, y así —sin maquillaje— me la sirve el periódico de hoy. Yo, con mi café, me la trago a sorbos lentos, intentando que no me atragante. Contextualizo, obviamente, pero si fuera yo quien escribe el editorial, buscaría algo más acorde con el sentido primigenio de lo que uno espera de un domingo, igual de real, pero digerible.
















Deja una respuesta