
El Partido Popular en Alicante ha dado un paso más en su deriva hacia la derecha, dejando de lado cualquier atisbo de su tradición centrista y liberal. El Ayuntamiento, a través de su portavoz Cristina Cutanda, anunció que no aceptará acoger a menores inmigrantes no acompañados —los llamados despectivamente menas—, después de que Vox amenazara con romper los pactos de gobierno si llegaba a la ciudad un solo menor.
La respuesta, revestida de argumentos competenciales y de falta de recursos, llega justo tras la carta enviada por la Generalitat para recabar información sobre espacios o infraestructuras disponibles. Apenas 24 horas antes, el propio consistorio había negado públicamente haber recibido la misiva.
El giro no es anecdótico: refleja cómo el PP local se queda atrapado en la estrategia de Vox, que no solo marca la agenda sino que erosiona al socio mayoritario arañándole votos entre los sectores más duros del electorado. Mientras tanto, la parte liberal del partido —la que un día defendió con orgullo libertades individuales como la sexual o la de conciencia— observa cómo se van desplomando convicciones que parecían asimiladas e irrenunciables.
¡Una lástima! quizá, Ciudadanos, o algo similar, debería plantearse una resurrección como bisagra de una situación enquistada y polarizada que requiere, irónicamente, cierta mano izquierda.
Lejos de buscar una posición propia en el centro-derecha, el PP en Alicante parece haber optado por competir en el terreno que Vox mejor maneja: la política del miedo y la exclusión. Y esa batalla, como muestran los sondeos y el pulso actual en muchas ciudades, suele acabar dejando al popular de turno atrapado en un callejón sin salida.
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