
El Aeropuerto de Alicante-Elche Miguel Hernández ha vuelto a batir cifras “históricas” en septiembre, con 1.907.274 pasajeros en un solo mes, un 5,9% más que el año pasado. Sin embargo, este incremento del turismo, presentado como un éxito, plantea cada vez más dudas sobre sus verdaderos beneficios y consecuencias para la población local.
El tráfico internacional —que representa la gran mayoría de los desplazamientos— creció un 8%, hasta alcanzar 1,68 millones de viajeros, mientras que el tráfico nacional cayó un 8%, situándose en 220.205 pasajeros. Reino Unido volvió a liderar la llegada de visitantes (653.522), seguido de Alemania, Países Bajos, Bélgica y Francia.
En total, durante los primeros nueve meses de 2025, más de 15,3 millones de pasajeros han pasado por el aeropuerto, un 8,7% más que en 2024. Paralelamente, las operaciones aéreas también aumentaron, superando las 11.600 en septiembre.
Pero detrás de estas cifras récord surge una pregunta incómoda: ¿a quién beneficia realmente este crecimiento? Mientras los aeropuertos y las aerolíneas celebran los datos, los municipios más turísticos de la Costa Blanca afrontan el encarecimiento de la vivienda, la expulsión de vecinos y la pérdida del comercio local tradicional.
Vecinos y colectivos sociales denuncian que la gentrificación avanza al ritmo de los vuelos baratos y los apartamentos turísticos, transformando barrios enteros en zonas orientadas exclusivamente al visitante extranjero. El aumento del turismo, lejos de ser una buena noticia para todos, está tensionando el territorio, los servicios públicos y el acceso a una vida digna para quienes viven y trabajan en la provincia todo el año.
Más turistas, más vuelos, más récords… pero también más precariedad, más especulación y menos espacio para la vida local. El reto pendiente no está en seguir creciendo en cifras, sino en repensar un modelo turístico que amenaza con devorar el mismo lugar que dice celebrar.
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