
(Todas las noches, por capricho literario, o por miedo a quedarme sin imaginación, invento un relato que sirve para dormir a mi hija, y para adormilar mis males – muchos – yo) Nunca la hago público, ni siquiera la escribo para mí, pero hoy, después de un intenso sábado de celebración prenavideña, la he contado, más o menos, así:
Érase una vez, no hace mucho, conocí a un vasco errante – afincado en un puerto Mediterráneo – llamado Ventura. No era uno de esos caballeros con espada de esos cuentos que siempre te cuento, ni un mago con varita. Se parecía a un unicornio. No tenía el don de volar… pero sí tenía algo igual de valioso que todos esos personajes de cuento que se te puedan ocurrir: un corazón grande y muchas ganas de hacer las cosas bien.
No hay que llevar capa, para ser un héroe. A veces, en la vida real, ganan también los buenos. Y hoy, me alegra poder contarte que, a pesar de todas esas cosas que cuentan los telediarios, Ventura tuvo el don de no cambiar. Y que antes y después de ser interventor, supo seguir amando cuatro cosas por encima de todo: sus hijos, su mujer, el mar y pescar pulpos con calma, como hacen los vascos pacientes.
Ese que hoy has visto sonreír como si le hubiera tocado la lotería, un día tuvo que emprender una aventura muy difícil, y olvidar en el empeño, una parte de esas cuatro cosas que ya le hacían feliz: y se puso a estudiar, estudiar y estudiar para conseguir un trabajo que le permitiera «financiar» todo lo demás.
(aquí tuve que explicarle a mi hija somnolienta qué es todo lo demás, pero eso, es subjetivo… por eso, lo omito…)
Tanto estudió – el cabrón – que pasaba horas sentado, rodeado de papeles, hablando solo y cantando canciones bajito para no dormirse. Como tú y como yo, a veces, estaba cansado, a veces triste, y a veces echaba tanto de menos el mar, pescar e ir a vaciar la despensa del Tokyo – que se planteó dejarlo y conformarse con eso que al resto nos toca, o que no todos tienen la suerte de degustar…
(La presión uno se la genera, por la mala costumbre humana de querer tener una estabilidad que no todo el mundo puede tener, o que requiere un esfuerzo que multiplica por mil, lo que a ti te supone lavarte los dientes, o llevar a la cocina el plato vacío que tienes delante). – le digo…
Eso todo, es tu decisión, pero antes de seguir- hija mía – debes saber, que para que haya un protagonista en la historia, siempre debe haber alguien, que se come las mierdas, en silencio, de esas milésimas partes del esfuerzo. Y así, Mientras el protagonista de esta historia estudiaba, estudiaba y estudiaba, en casa, Belén, su compañera de vida, se convirtió en una especie de heroína sin capa. Bueno, ella, y esa mujer que hoy bailaba como una loca – su madre – que mira tú por donde, con todas las cosas buenas que le habrán pasado, todavía, sabe degustar su parte de botín pirata, cuando el mapa cuadra y ves a tu hija retando al canto de las sirenas con el desafine máximo, que da soltar la mierda acumulada, en un par de canciones, delante de toda la gente que sabe por qué canta así, y lo bien que sienta hacerlo aquí.
No siempre se aplauden las gestas. A veces, el amor, las conexiones o la empatía conforman la reverencia y el amor, que a ti, Disney, te pinta, con una boda con un príncipe. Espero no decepcionarte, pero, LA VERDAD es más como lo que hoy has visto, con una banda sonora desafinada, personas de verdad y plebeyos con acentos diferentes, tratando de ser parte de un cuento sin tener a mano polvos de hada, guionistas perspicaces, ni alcaldes infalibles.
Aquí, la letra que canta con fondo de guitarra eléctrica – no es tan ñoña, y no lo dice, explícitamente, pero lleva una parte de las horas de niños, la empatía, la casa y los días difíciles, las lágrimas secadas y la mala hostia, los asesinatos no perpetrados con todo el derecho, que ahora tiene un sentido, claro. Y es mejor que Harry Potter, Peter Pan o la Guerra de las Galaxias, porque tiene algo, que no tiene el resto: Realidad.
En la dificultad de que esa realidad cuadre, en sacar la mejor nota sin magia, está el secreto para que dos niños dejen de pensar que su padre es una especie de extraterrestre ahora que en lo único que va a encerrarse es en una piragua naranja. El viento dejará la veleta en el punto, generalizado hoy, de que su padre, a pesar de todo, no dejó de ser bueno. No se rindió y no se enfadó con la vida, todo lo que exige ser interventor.
Y sólo con eso, con sus capacidades, siguió adelante, buceó, sin hadas ni bombonas de oxígeno, con un poco de don de meigas y laurel, sin luz, pero con velas blancas.
Y con todo eso, aunque hoy a Julia le doliera el oído, con el tiempo, entenderá por qué su madre hoy cantaba, reía y se bebía un gintonic despacito, como quien celebra que lo difícil ya ha pasado. Y normalizará eso, y otras cosas, que no hubieran sido posibles, sin todas estas cosas que te acabo de contar. Porque no hay premio, sin contexto, esfuerzo y cosas perdidas por el camino.
La barca, como has visto, no había desaparecido. Solo había estado esperando su momento para que alguien concreto, la desembalara y la supiera remar. Solo uno, como el interventor de un ayuntamiento. Porque el mar, como la vida, siempre nos devuelve a donde tenemos que estar, sólo, cuando estamos preparados para afrontarlo.
Al verla ante él… seca, con el remo envuelto en plástico, y sus amigos en esa tesitura que sólo los vascos saben dibujar, Ventura volvió a sonreír de verdad. En calma, como buen guipuzcoano, asimilando que las victorias saben mejor cuando antes hemos aprendido a qué saben las derrotas. Como el comienzo diferente de una historia que sólo él y quienes hoy reíamos con él, vamos a valorar.
No por la nota, sino porque ser bueno y hacer las cosas bien: sí tiene premio, aunque a veces, esa victoria llegue más tarde de lo que debería.
Los sueños —como el mar— son infinitos y nunca se pierden, solo esperan a que la nota dé, tu mujer te bese y tus amigos aporten su parte de alegría por saber que la recompensa, en realidad, es tan simple como ratificar que ningún deseo, dividido en 150 temas, o más, puede equipararse a la simpleza de entender que lo que mereces, en realidad, es lo que acaba de empezar. Y que hay mucha gente, presente y no, que te quiere acompañar.
Y la suerte, no es la satisfacción personal, la certeza, el sueldo (que también), el remo, ni la farra que te acabas de pegar… sino saber que todos los presentes, desde tu padre, tu hermano, tus amigos de toda la vida, o los que han ido llegando, se alegran de ver como zarpas, tan bien acompañado, hacia el futuro que te has ganado.
«y Eso sí que es magia»…
















Deja una respuesta