
El pasado martes 3 de junio falleció en Alicante, a los 60 años, la actriz Cristina Fenollar, dejando tras de sí un legado artístico inolvidable y una huella humana profunda en todos quienes tuvieron el privilegio de conocerla. La Conselleria de Cultura confirmó su fallecimiento y expresó su pesar, recordando los numerosos reconocimientos que recibió a lo largo de su carrera, así como el afecto que despertó entre compañeros, amigos y admiradores.
Cristina Fenollar fue una de esas figuras que trascienden los escenarios. Alicantina de raíz y de corazón, supo llevar su tierra consigo allá donde actuara, ya fuera en los platós de televisión —con papeles en series como Aída, Hospital Central, Yo soy Bea, Compañeros o El auténtico Rodrigo Leal— o en las tablas, donde brilló con especial intensidad.
Galardonada en 2020 con el Premi Narcís por su trayectoria profesional por parte del sindicato de Actors i Actrius Professionals Valencians (AAPV), Fenollar fue reconocida por su enorme talento, pero también por su honestidad escénica, su humor afilado, y una capacidad interpretativa que combinaba fuerza y ternura en igual medida.
Sus últimos años los vivió en el barrio de San Gabriel, en su querida calle María Guerrero —nombre casi premonitorio para una actriz como ella—, donde regresó tras una vida intensa en Madrid, cuando los médicos le dijeron que debía frenar. Pero ni el dolor físico ni los contratiempos apagaron su arte. Continuó ofreciendo monólogos inolvidables, muchos domingos, en el Tumbao de Benalúa, un modesto escenario que se transformaba en templo cada vez que Cristina lo pisaba.
Quienes la veían actuar, incluso con el sufrimiento a cuestas, no podían imaginar la batalla íntima que libraba. Su presencia arrolladora y su contagioso amor por la vida desbordaban cualquier límite. Fue, sin duda, una mujer valiente: capaz de hacer reír y llorar, de emocionar y de elevar cada historia con una verdad rotunda.
Para muchos, como escribía Juan Luis Mira en su particular homenaje en el Diario Información fue “la primera dama del teatro alicantino”, un apodo que aceptaba con una sonrisa traviesa, pero que describía con justicia su grandeza escénica. Nos deja una obra inacabada, proyectos soñados —como aquella comedia sobre Sarah Bernhardt, escrita por el propio Mira, que nunca llegó a estrenarse— y, sobre todo, un recuerdo imborrable.
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