
A veces se nos llena la boca definiendo —con esa pose snob que nos gusta tanto— lo que es ser underground. Pero la imagen se dibuja sola, sin pedir permiso: un teléfono amarillo sonando en mitad de un ático, la llamada perdida de Bobby a Caperucita (It’s Mandy), un tipo en pantalones de pana y camisa de manga larga en un Alicante húmedo de septiembre, y apenas treinta personas dispuestas a perderse el eclipse de luna llena en Piscis por ver a dos extraños variar el rumbo de un domingo cualquiera.
Las campanas de la ciudad rebotan contra las cabezas pensantes que miran el mundo desde una terraza. Los respiraderos y las azoteas se convierten en palcos improvisados; los viandantes, abajo, levantan la cabeza como quien escucha un eco y no entiende de dónde viene. Nadie se asoma a las ventanas. Porque los habitantes de la Plaza Nueva, ahora, tienen que abandonar el «Air b nido» a las doce, y a la tarde solo quedan limpiadoras, dejando las habitaciones limpias para el siguiente inquilino.
Hoy, las cuerdas de tender están recogidas, no hay vecinas en el patio y la lavadora no funciona. Pero a falta de suavizante, y consuelo, siempre queda una lata de cerveza fría, para observar el mundo desde una perspectiva diferente. No sé si alternativa, porque parece que todo esté inventado o nada se corresponda con nuestra exigencia. A no ser, claro, que nos dejemos llevar, que es lo que hace que podamos tildar de Underground, un momento, un gesto, o una tarde entera.
Al otro lado, lo que viene a ser el Overabove, supongo, hay vecinos que corren las cortinas desde sus ventanas indiscretas. Espían de lejos lo raro: planteándose quién cortó el cable del teléfono, y de donde salen esos treinta cuerpos abanicándose mientras una voz —a medio camino entre alarido y salmo— derrama bases electrónicas en un micro desbordado, para una mal concebida ciudad turística que bosteza, todavía en siesta, mientras un beat lento la obliga a respirar distinto.
Por aquí, las palomas y las gaviotas pasan de largo: no hay nada que rascar en esta terraza. La basura se esconde en otros callejones más concurridos. Quien se queda sobrevolando la azotea, ve la barrera sonora que levantan dos músicos empeñados en hacer del domingo un lugar habitable y el silencio respetuoso de unos cuantos buscadores de esencias, que hoy, sí, hemos dado en el clavo con el plan.
Tras la Caperucita teutona, The Great Park se arranca con su country intimista de zapateo bajo una capa de cielo gris. Una cuerda se rompe antes de que empiece el espectáculo, preludio de la intensidad a cámara lenta, el sarcasmo, la poesía, un perro que ladra, una rubia que vapea construyendo su propia niebla aromatizada, más vino y cerveza, una niña que aprende un juego que no te enseñan en la escuela.
A un lado, de fondo, el Gran Sol. Al otro una grúa amarilla. Los crujidos de la anilla al abrirse una lata se convierte en parte de la partitura. Como el silencio. Las miradas, el movimiento pausado y coordinado de las 30 cabezas presentes y sentado, con manga larga, en pleno bochorno, The Great Park sigue molando.
Discute, se quita la correa amenazando dejar de tocar, pero no puede hacernos eso. Hemos venido a degustar intimismo y pureza. A sentir lo que escribe cantado, al son de golpes de pie como acompañamiento.
Ya lo tenemos. Sin peso, etéreo e interno, cada uno con su realismo costumbrista particular, digiriéndolo, imitando a la luna, deshaciéndose de la sombra, para volver a emitir su luz de domingo.
Cuando bajas a la calle, el contraste golpea, igual que la pisada del guiri errante: la gente en los bares está viendo el fútbol, o la final de Alcaraz, rindiéndose a la idea de que mañana es lunes y empieza el cole. Como si el tiempo se pudiera domesticar, como si no quedaran unas horas por exprimir antes de que la luna nos recuerde, que también es alternativo un eclipse, y nos lo hemos perdido. Si pudiéramos hacerlo todo, nada sería alternativo.
Así que, pensando, de camino a casa, supongo que lo underground , en realidad, era esto: treinta personas en una terraza, un teléfono amarillo sin cable sonando, un país detenido en domingo… Y la vida, con un aire diferente que sólo respira quien mantiene intacto lo más importante para buscarlo y sentirlo, que no es otra cosa que: LA CURIOSIDAD.
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