
El Congreso de los Diputados ha vuelto a cerrar la puerta a la voluntad ciudadana. La Iniciativa Legislativa Popular impulsada bajo el lema #NoEsMiCultura, que buscaba derogar la ley que blinda la tauromaquia como patrimonio cultural, ha sido rechazada con 169 votos en contra, 118 abstenciones y apenas 57 a favor. Entre esas abstenciones, las del PSOE pesan como un muro: un gesto tibio que equivale, en la práctica, a sostener lo que dicen no querer defender.
La ILP es una de las escasas herramientas que la ciudadanía tiene para hacer oír su voz en el Parlamento. No es fácil: requiere un mínimo de 500.000 firmas, y esta vez fueron casi 700.000 personas las que firmaron para pedir algo tan simple como que no se considere “cultura” la tortura de un animal. Pero ni ese respaldo ha bastado. El PSOE, el partido que se dice progresista, social y comprometido con los valores éticos de una sociedad moderna, ha decidido mirar hacia otro lado.
No es la primera vez. En 2013, cuando se aprobó la ley que declaró la tauromaquia “patrimonio cultural”, los socialistas también se abstuvieron. Entonces argumentaron neutralidad. Hoy repiten la fórmula. Pero la neutralidad ante la violencia nunca ha sido un valor moral: es una forma de consentimiento.
Mientras en toda Europa las corridas de toros son vistas como un vestigio arcaico, en España todavía se protegen con dinero público y con el amparo de un Estado que dice defender el bienestar animal. Las cifras no mienten: los espectáculos taurinos se reducen año tras año, y el interés social está en caída libre. Lo que persiste no es la “tradición”, sino una estructura política y económica que se aferra a un símbolo de identidad que ya no representa a la mayoría.
El PSOE, en su discurso, presume de modernidad, feminismo, derechos sociales y sostenibilidad. Pero a la hora de legislar sobre una práctica que implica violencia, sangre y sufrimiento, prefiere abstenerse. La abstención no es prudencia: es miedo. Miedo a perder votos en territorios donde aún se considera la tauromaquia “parte del alma española”. Miedo a enfrentarse a un lobby poderoso. Miedo, en definitiva, a tomar una posición ética.
La ILP #NoEsMiCultura no pedía censura, ni prohibición, ni persecución. Pedía coherencia: reconocer que la tortura no puede ser arte, que la crueldad no puede ser cultura. Sin embargo, una vez más, la política se ha impuesto al sentido común y a la empatía.
Y así, con la abstención del PSOE, se perpetúa el absurdo: un país que presume de avanzar mientras protege la barbarie. Porque cuando un Gobierno calla ante la violencia, aunque lo haga en nombre del “equilibrio político”, deja de representar a su ciudadanía y empieza a representar a sus miedos.
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