
En esta provincia, lo que se llama “programa oficial de fiestas” es, casi siempre, un catálogo del mal gusto institucional. En Alicante, durante Hogueras, ni siquiera hay música como tal: solo un eco desganado de orquestas, DJs de plaza y nombres que sobreviven a base de nostalgia barata. En Elche, la receta se repite, mezclada con Camela, Nancys Rubias, tributos o una romería de hits prefabricados para quienes confunden volumen con celebración.
Sin embargo, hay lugares donde las fiestas suenan de otro modo. En L’Escorxador, por ejemplo, el ambiente de estas dos últimas noches parecía de otro planeta. Anoche, La126 y Alcalá Norte; el día anterior, Cupido y Svsto. Dos sold out consecutivos, con un público que no es el habitual de los recintos municipales: chavales de 20 con pinta de tener ya una colección de vinilos, músicos de Los Manises, gente de colectivos alternativos, diseñadores, gente de las escénicas… Elche tiene una escuela diferente, aquí estaba casi en pleno y es algo que se agradece.
Abrió esta última noche en la Terraza del Escorxador La 126. No las había visto con Lucía de Bunder al bajo, y la cosa cambia. Con toda la complicidad doméstica que se les presupone, al tocar en casa, esto ya empieza a tener un cuerpo denso y contundente, avalado por su reciente anuncio de subida al barco de Pink Flamingo y Artica.
En este formato de power trío, de toda la vida, suenan más rotundas y aplastantes. Se nota en cada acorde que acumulan unos cuantos viajes en el zurrón y aunque se les sigue escapando la sonrisa cuando empiezan un tema y el público lo canta antes que ellas, ‘Mis amigas te odian’, ‘Demasiados veranos’, ‘Cataclismo’ o ‘No va contigo’… empiezan a sonar como una victoria compartida por toda esa primera fila, cada vez más numerosa.
Sin apenas tiempo para mear, ya estaba Barbosa con su ritual de bienvenida, animando el cotarro. Alcalá Norte salieron como quien se sabe en territorio amigo. Álvaro Rivas, con su corona de laurel y camiseta de fútbol, convierte el concierto en un ritual reconocible: una especie de liturgia pagana donde la ironía se mezcla con la devoción, y donde la bota de vino corre de mano en mano como si fuera parte del setlist.
Hubo un instante de rugido heavy, con su versión de Fils de lucifer de Icare, que endureció el aire; y otro, más luminoso y melancólico, cuando atacaron 10.000 de Los Planetas, ese tipo de guiños que revelan de qué materia están hechas sus influencias. Entre lo propio y lo prestado, suenan como una banda que ya está inmersa en un salto del que no hay retorno, y quizá por eso, entre aplausos, flotaba la certeza de que ya es hora de que graben otro disco.
Ni unos ni otros, aparecen hoy en las fotos oficiales del Ayuntamiento. No habrá mención en las notas de prensa oficiales. Pero las dos noches en L’Escorxador fueron una demostración de que el buen gusto no necesita alfombra roja: basta con una terraza llena, una juventud que escucha y baila, y músicos que creen en lo que hacen.
Mientras las fiestas oficiales sigan ancladas en la nostalgia prefabricada, en Elche ya hay quien escribe otra banda sonora. Y quien espera, fervientemente a que el año que viene, «las nits de estiu» vuelvan a tener un cartel tan bueno y atractivo como el que han tenido este año.
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