Parece que en Alicante el verde tiene un nuevo significado. El Ayuntamiento, en su cruzada por “reverdecer” la ciudad, decidió en su momento que no había nada más ecológico que empezar por talar árboles. Esos molestos generadores de sombra, refugio de pájaros y pequeños pulmones urbanos, que se empeñan en crecer justo donde podrían lucir unas cuantas macetas recién plantadas.
Y así, mientras los vecinos se derriten en las calles – en pleno noviembre – sin una hoja bajo la que cobijarse, el consistorio celebra su enésimo logro verde: renovar los parterres del paseo portuario y plantar cuatro arbustos valientes que resistan el salitre y las fotos de inauguración. Todo un ejemplo de sostenibilidad mediterránea: menos sombra, más flor de temporada y millones en contratos de mantenimiento para mantener vivo el espejismo vegetal.
El nuevo “reverdecimiento” consiste, según parece, en cubrir el cemento con lo justo para que el conjunto luzca bien en las notas de prensa. Porque no hay nada como una bougainvillea o una adelfa enana para disimular la ausencia de árboles y el exceso de calor. Total, si el paseo se convierte en un horno, siempre se puede admirar el paisajismo desde la distancia, con aire acondicionado.
Alicante se ha especializado en esa jardinería efímera que florece justo antes de las fotos oficiales. Se renuevan parterres, se instala riego inteligente, se habla de sostenibilidad… pero los árboles que daban sombra, esos que tardan décadas en crecer, desaparecen con una facilidad pasmosa. El cemento brilla, los arbustos aguantan un verano, y el discurso verde se mantiene firme: la ciudad es cada vez más amable, más sostenible, más… decorada.
Así que sí, Alicante reverdece. O al menos, lo intenta. Entre el gris del asfalto y los destellos de las flores recién plantadas, queda claro que el futuro verde pasa por la jardinería exprés: poca raíz, mucha foto y un contrato millonario detrás. Porque aquí, hasta la naturaleza tiene concesión administrativa.
















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