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La «teranyina» de Carolinas

29 de septiembre de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

Ha sido un fin de semana reivindicativo. Tanto, que sin el don de la ubicuidad resultaba imposible estar en todos lados: la manifestación por Palestina, la concentración por la educación, el homenaje a Miguel Grau, la defensa de la investigación o la maraña de actividades que el colectivo Alicante Donde Vas había tejido con paciencia de araña. Había que elegir. Y yo, con una niña de seis años agarrada a la mano y un patinete a cuestas, decidí pasar la mañana del sábado en la Jam de la Petanca, en el barrio de Carolinas. Era el cumpleaños de Ricardo —y también de Vicente— y los milagros logísticos, ya se sabe, no están al alcance de cualquiera. Y menos en una ciudad con un transporte público tan mejorable.

Lo curioso de Carolinas es que, cada vez que lo piso, me invade esa sensación de complicidad difícil de encontrar en otros rincones de la ciudad. Da igual que sea en el Huerto, en un taller, en el Ateneo o en algún sarao improvisado: siempre se abre paso esa forma de estar juntos, de reconocerse. Yo no soy de aquí, pero integrarse cuesta menos cuando alguien te invita a mover mesas y sillas, a cargar con lo que haga falta para darle vida a un espacio. Al fin y al cabo, vengo de un sitio donde la autogestión estaba normalizada, donde la okupación no era una palabra maldita sino la manera más digna de devolverle pulso a lo que otros daban por muerto, frente a los buitres que confunden patrimonio con negocio.

La jam, como siempre, es de acceso libre. Aparecen vecinos, curiosos, amigos de amigos… incluso huéspedes del hostel de enfrente: un eslavo con guitarra en ristre, alguien que trae croquetas, un italiano con ritmo de tarantela, un contrabajista que saca notas graves como cimientos, poemas recitados al vuelo, o la historia de un homenaje a Krahe en Galicia.

Bleda me cuenta que en la pared que tenemos delante hubo un mural precioso, aquel que dio nombre a la primera teranyina sin valla en medio. Otro ser de luz me rememora cómo era el circuito de conciertos hace veinte años, mientras mi hija juega con la mujer del homenajeado y dos buceadores me hablan de ofiuras, como si la conversación pudiera saltar del Mediterráneo a la Petanca sin pedir permiso. Al fin y al cabo, todo espacio es buceable, con agua o sin ella.

La colaboración flota en el aire: se materializa en las cervezas a un euro, en las tartas compartidas, en el gazpacho en botella, en las ensaladas, en el punk de 20 kilates pinchado, que tomó el relevo a las aportaciones improvisadas del escenario. Y la tarde se va estirando entre tertulias, debates espontáneos, recuerdos de ayer y preguntas de mañana. Conversaciones que no cabrían en un pleno municipal ni en una mesa redonda universitaria, porque aquí no hay micros ni políticos para distorsionarlas.

La telaraña sigue ahí, aunque ya no se vea pintada en la pared. Y en Carolinas, por suerte, crece. Se expande despacio, sin prisa, abarcando el barrio entero, reverdeciendo parte de lo que me contaron, con los buitres acechando, pero con la certeza de que el miedo sí que no tiene espacio por estos lares. Porque cuando la colectividad se impone, lo que cada uno toque en el escenario tiene un sentido. Y todo junto, es la vida, esa que en otros barrios deberían luchar por tener.

PD. El viernes que viene (03 de octubre), hay un sarao en 8 y Medio, para apoyar al Ateneo del Barrio, os informamos de más durante la semana, pero guardaros la fecha.

Publicado en: ALICANTE CIUDAD, Crítica Social, crónicas, en portada, MÚSICA, noticia cultural, REVISTA




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