
No soy bueno con las cuentas. A veces ni siquiera importa cuántos somos en una protesta. Porque el verdadero sentido no está en la cifra, sino en significarse. En decir: yo estoy aquí, no miro hacia otro lado. Y sí, tu golpe en la cacerola importa. Importa si lo que hay detrás son más de 60.000 personas asesinadas en Gaza. Pero también importa el eco de tu queja, de tu tristeza, de tu denuncia.
Este miércoles por la tarde, cientos de personas se concentraron en la Plaza de la Montanyeta de Alicante. Sonaban cacerolas, tambores y gritos de «¡Palestina libre!». En medio del bullicio, lo que había era dolor y conciencia. Porque aunque Palestina esté lejos, en realidad no lo está tanto. Está en nuestras casas cada día: en una imagen que nos sacude, en la duda sobre si acudir a un festival financiado con dinero israelí, en la pregunta incómoda sobre si compramos productos que sostienen, directa o indirectamente, la maquinaria de guerra.
Y si pasas de largo, si decides no mirar, el problema no deja de existir. Solo se vuelve más tuyo.
Porque estamos viviendo un momento histórico, injusto e innecesario. Fruto de una herida política que no han provocado los niños muertos, ni las familias destrozadas, ni los cuerpos enterrados bajo los escombros. Sino esos que irónicamente, han sido víctimas de un genocidio y ahora, lo perpetran sin conciencia alguna.
Ayer en Alicante, cada golpe en una olla, cada consigna coreada, fue una forma de decir basta. Una forma de recordar que, al menos por un instante, no nos rendimos a la indiferencia. Es insuficiente, obviamente, viendo como nuestros mandatarios (sobre todo en Europa) pasan olímpicamente de posicionarse y hacer algo (ellos que pueden).
Y eso es lo triste, que pasaremos a la historia, por hacer las cosas tarde… y mal.
Deja una respuesta