
Han pasado cuarenta años desde aquel álbum debut de The Smiths, un trabajo que cambió la forma de entender el pop británico y que, en pleno 2024, todavía provoca debates encendidos. Pero lo que ocurrió el pasado jueves en la librería Pynchon, dentro de la programación de Spring City, no fue un ejercicio de nostalgia al uso. Fue algo más incómodo. Más honesto. Y quizá por eso, más necesario.
Raúl Cornejo, siempre fino en la conversación, charló con Carlos Pérez de Ziriza, autor del reciente Morrissey y los Smiths. Tanto por lo que responder. Ziriza, uno de los periodistas musicales más lúcidos —y también uno de los más admirados por quien firma estas líneas— no trajo consigo una tesis redentora ni un panfleto nostálgico. Lo que puso sobre la mesa fue una conversación profundamente matizada sobre lo que significa mirar hacia atrás sin buscar justificación alguna.
Y ahí, entre libros, cervezas y lectores atentos, pasó algo curioso: por primera vez, sentí que alguien desnudaba la parte esnob, casi caduca, de una historia como la de Morrissey y Johnny Marr. Que la despojaba de solemnidad. Como si dijera: “sí, fue importante, pero no sé si hace falta seguir dándole vueltas”. Incluso cuando te concede una entrevista a distancia, como ocurrió con Morrissey durante el proceso de documentación del libro.
Ziriza no eludió ninguno de los puntos espinosos. Ni las declaraciones incendiarias del cantante abrazando postulados de extrema derecha, ni los fracasos creativos (o simplemente irrelevantes) de Marr, ni las infinitas peleas en los juzgados. Todo fue abordado con ese tono suyo que oscila entre la ironía y la precisión quirúrgica. Y Cornejo supo llevarlo justo donde hacía falta: a los márgenes, a los matices, a las contradicciones.
Lo interesante fue que, lejos de la adoración fanática o el linchamiento moral, ambos conversadores parecían aceptar algo que cuesta mucho admitir cuando se ha vivido a través de una banda: que la historia puede ser brillante y, al mismo tiempo, estar terminada. Que el legado existe, es real, pero no necesariamente reclama una nueva lectura cada año, como si aún pudiera ofrecer algo más.
“Tanto por lo que responder” es, en realidad, una historia de desidealización. Y esa desidealización, en la charla, se contagió. A los Smiths ya no los defendía nadie. Tampoco se los destruía. Estaban ahí, como un hermoso cadáver sobre la mesa de autopsias. Y eso, en el mundo de la crítica musical —tan dado a la hagiografía o al ajuste de cuentas— es un gesto valiente.
La conversación no buscaba redención ni condena. Sólo comprensión. Y a veces, simplemente, constatación. No se habló solo de música, sino de tiempos, de cómo envejece un discurso, de lo que implica sostener una figura pública cuando esta deja de corresponderse con los ideales que una vez encarnó.
Al salir de Pynchon, uno tenía la sensación de haber asistido a una conversación crepuscular, en el mejor de los sentidos. No por decadencia, sino por lucidez. Por haber aprendido a mirar a los ídolos sin necesidad de resucitarlos.
Deja una respuesta