El aeropuerto de Alicante-Elche Miguel Hernández sigue batiendo marcas. En junio rozó los dos millones de pasajeros (1.921.706), un 8,4% más que en el mismo mes de 2024. La mayoría de ellos, viajeros internacionales (1.689.630), que crecieron un 10,2%, mientras que los nacionales descendieron un 3,2%.
En los datos, los récords se suceden: más vuelos que nunca (11.730 en junio, un 7,1% más), nuevas rutas a media Europa y un primer semestre con 9,2 millones de pasajeros en total, lo que supone un incremento del 10,3%. Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Polonia y Francia lideran el tráfico internacional.
Hasta aquí, la cara brillante del relato. Pero conviene matizar: una cosa es marcar récords y otra que la avalancha de turistas sea un éxito para quienes viven en Alicante. La ciudad, como tantas otras del Mediterráneo, empieza a sentir las consecuencias de este “éxito” en la vida diaria:
- Vivienda: los alquileres se disparan, desplazando a residentes de toda la vida.
- Precios: la hostelería y los comercios adaptan su oferta al visitante extranjero, encareciendo lo cotidiano.
- Identidad local: la idiosincrasia se diluye entre cafeterías estandarizadas, brunchs y menús pensados más para el turista ocasional que para el vecino habitual.
Que lleguen casi dos millones de pasajeros en un solo mes beneficia a las aerolíneas, a los propietarios de apartamentos turísticos y a determinados sectores. Pero para buena parte de la población, lo que se celebra como “récord histórico” se traduce en una vida más cara, barrios transformados y una ciudad que cada vez responde menos a quienes la habitan.
La pregunta que queda en el aire es: ¿queremos medir el éxito solo en cifras de pasajeros o también en calidad de vida para los alicantinos?
















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