
Últimamente me estaba zampando una sobredosis de distorsión, o cosas de folk casi desenchufado, muy «light». Como si mi cuerpo, y mi mente, estuvieran replanteándose la disyuntiva Oasis vs Funtastic, me había pasado los días previos a la cita de El Búnker en modo R.E.M., Belle & Sebastian, Big Star…
Aquí no llueve, aunque salten las alarmas de todos los colores, por eso conviene hacer llamamientos a las borrascas a través del sonido, para poner el cuerpo en modo paraguas y preparar la mente para que flote, un poco, entre melodías que apenas rozan el suelo. ¡Que para eso estamos en otoño!
Por eso, llegar este sábado 04 de octubre a El Búnker, después de la manifestación a favor de Palestina que llenó la tarde de gritos y banderas, fue casi una necesidad fisiológica: despejar la cabeza, o llenarla de un sonido, un tanto diferente.
The Standby Connection abrieron la velada. Formados de los restos de los míticos Pola salieron con la naturalidad de quien lleva años haciendo canciones sin prisa, pero con obsesión por el matiz. Desde el primer acorde mostraron su territorio: guitarras lo-fi que chispean y rugen con dulzura, como un cruce improbable entre Dinosaur Jr. y Teenage Fanclub, con esa calidez melódica que también remite a Big Star o al jangle pop de los olvidados años noventa.
Cada tema parecía tallado desde dentro, buscando el tono exacto en cada pedal, el color preciso en cada acorde. La base rítmica —bajo de dos golpes, batería que alterna silencios y estallidos— les dio el pulso perfecto para mostrar por primera vez canciones que crecen sin alardes, con esa elegancia contenida del pop bien tocado.
En directo se nota que The Standby Connection vienen de tocar en proyectos distintos: hay oficio, pero también frescura. Las voces, limpias y luminosas, flotan sobre un entramado de guitarras que no se pisan, sino que se rozan como cristales.
Después del torbellino melódico de The Standby Connection, Milton tomaron el relevo con un tono más introspectivo, casi invernal. El grupo alicantino —formado por músicos con pasado en Rusos Blancos, Litoral, The Grave Yacht Club o Los Largos— presentó su recién estrenado EP De invierno, una colección de canciones que miran hacia el shoegaze y el indie americano de los noventa, pero desde una sensibilidad con un toque de racionalismo levantino.
Donde The Standby Connection buscan el brillo, Milton trabaja la penumbra. Capas de guitarra en tonos graves, voces que emergen como desde detrás de un cristal empañado, y una batería que marca el pulso de la parte melancólica. No hay pirotecnia: solo texturas, atmósferas y un gusto evidente por el detalle sonoro.
En directo, el grupo consigue que el ruido no sea un muro, sino un refugio. Canciones que crecen como respiraciones largas, con la emoción contenida justo antes de romperse todo. Ese equilibrio entre electricidad y quietud, entre la claridad y el eco, es quizá su mayor logro. Y da gusto reencontrarse con él después de tantos años.
Fueron dos bandas, dos maneras de entender el pop de guitarras. Una misma sensación: la de haber asistido a un pequeño cortocircuito eléctrico, de esos que solo suceden cuando las canciones encuentran su temperatura exacta.
Por un rato, mi BPM se estabilizó, justo antes de que las luces se encendieran y un grupo de fan´s del karaoke, rompieran de cuajo toda la armadura sonora que durante un par de horas nos había ensimismado.
Respetable es todo, pero una sala, no puede ser una versión negociada de una pista de polideportivo, porque, al final, sin criterio, nada se acaba de consolidar del todo. Y, en mi modesta opinión de veterano, el halo de un concierto requiere, al menos, el tiempo a acabar la cerveza, para digerir lo vivido.
Lo hicimos fuera, obviamente, o de camino al Impulso… pero no es lo mismo.
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