
“Seré el primero en admitir que somos la versión noventera de Cheap Trick o The Knack, pero el último en negar que fue gratificante”, escribió Kurt Cobain en 1992. En esa misma época, reveló una lista con sus discos favoritos. Uno de ellos era Get The Knack. Para muchos, solo un one hit wonder. Para Cobain, una inspiración. Para Doug Fieger, líder de The Knack, fue mucho más: fue la prueba de que el amor puede cambiar una vida, marcar una época y durar para siempre.
The Knack nació en Los Ángeles en 1978, con un sonido fresco, directo y adictivo. Tocaban como si no hubiera un mañana y arrasaban cada sala que pisaban. Capitol Records los fichó rápidamente y en solo once días grabaron su primer disco. Allí, entre canciones vibrantes, estaba My Sharona. Lo que nadie sabía entonces era que esa canción no era solo un hit: era una declaración de amor. Real, urgente y definitiva.
Doug tenía 25 años cuando entró a una tienda de ropa y conoció a Sharona Alperin, una joven de 17 que lo desarmó con una sonrisa. Ella tenía pareja. Él también. Pero el amor —el de verdad— no entiende de contextos. Doug quedó hechizado. Llevó su nombre a los ensayos, lo mezcló con un riff que su guitarrista tenía en la cabeza y creó una de las canciones más irresistibles de la historia. Luego intentó conquistarla a través de la música.
Sharona, sorprendida, se mantuvo a distancia. Era halagador, pero abrumador. ¿Qué hacer cuando alguien escribe una canción para ti que suena en todas las radios? ¿Cómo reaccionar cuando el mundo entero tararea tu nombre?
Pero el amor supo esperar. Pasaron los meses, y Sharona entendió que eso que sentían no era un capricho: era real. Mucho más de lo que una canción pudiera decir. Ambos dejaron atrás sus relaciones y se eligieron. Vivieron juntos durante casi cuatro años. No fue solo una relación: fue una vida compartida. Viajes, giras, risas, fama, excesos, mañanas enredadas en la cama… El tipo de amor que se convierte en casa.
Doug lo dio todo por ella. La amó con una entrega que rara vez se ve. “Sharona me salvó. Me hizo mejor persona. Me dio una razón para escribir, para vivir”, reconocería años más tarde. Cuando los excesos del mundo del rock empezaron a pesar más que la pasión, fue ella quien decidió marcharse. No porque se acabara el amor, sino porque entendió que debía rescatarse a sí misma. “Quería ser mi propia Sharona”, dijo. Pero nunca dejaron de estar conectados.
Años después, reencontrados, volvieron a compartir su historia. Ya no como pareja, sino como algo aún más profundo: dos personas que se amaron de verdad y que supieron cuidar ese lazo más allá del deseo. Estuvieron juntos hasta el final. El 14 de febrero de 2010 —Día de San Valentín— Doug Fieger falleció tras una larga lucha contra el cáncer. Sharona estuvo ahí. Con él. Como siempre. Como al principio. Como si el tiempo no hubiera pasado.
Hoy, ella es una reconocida agente inmobiliaria en Los Ángeles. Su empresa se llama “My Sharona”. No es una estrategia de marketing: es un tributo. Un recordatorio de que hay amores que marcan tanto, que te acompañan toda la vida, incluso cuando cambias de escenario.
My Sharona sigue sonando en todo el mundo. Pero lo que pocos saben es que esa canción no es solo un éxito: es un testimonio. De ese tipo de amor que llega una sola vez. Que se queda contigo para siempre. Que te transforma.
Como dijo Fieger en una de sus últimas entrevistas:
“No sé si fuimos una gran banda. Pero sí sé que hice una gran canción para una gran mujer. Y eso, para mí, es suficiente.”
Deja una respuesta