Hoy, justo cuando los estudiantes terminaban la PAU —esa pequeña prueba de fuego para acceder a la universidad—, otro rito de paso aún más lucrativo comenzaba a tomar carrerilla: el negocio del carné de conducir. Y como si se tratase de una casualidad cósmica, las autoescuelas de toda la provincia decidieron salir a la calle para protestar por la falta «asfixiante» de examinadores. Sí, asfixiante. Como si las marchas en julio con el aire acondicionado roto fueran menos sofocantes que este “drama social”.
Desde el Mercado de Babel hasta la Subdelegación del Gobierno, un desfile de coches de autoescuela recorrió el centro de Alicante entre las 12 y las 14 horas. El horario es importante, no por lo simbólico, sino por lo práctico: coincide con la franja en la que Alicante entera intenta no freírse al sol. Una muestra más del compromiso con la causa… o con los efectos especiales.
Según su portavoz, Lola Mula (sí, se llama así, no es una broma), titular de una autoescuela en San Gabriel, las cosas están muy mal. El sistema CAPA de la DGT —ese monstruo burocrático que reparte las preciadas plazas de examen— no da para más. Ocho examinadores están de baja, lo cual ha dejado el panorama reducido a la mitad, o al menos a un 30% menos de plazas. Traducción: toca esperar meses para intentar aprobar un examen que, seamos honestos, muchos repetirán.
Claro, entendemos la angustia. Formar conductores en pleno apogeo del verano sin plazas de examen es como montar una escuela de natación sin piscina. Pero aquí viene el giro de guion: justo ahora, cuando los chavales salen de la PAU, comienza el verdadero negocio. ¿Casualidad? ¿Sincronía cósmica? ¿Planificación empresarial camuflada de protesta cívica?
Desde este medio nos solidarizamos con las causas perdidas. Y también con las ganadas, pero solo si tienen algo más de ética que de matrícula. Porque sí, todo el mundo tiene derecho a protestar, a manifestarse, a hacer sonar el claxon con indignación institucionalizada. Pero también es sano preguntarse: ¿por qué ahora? ¿por qué así? Y, sobre todo, ¿por qué siempre parece que el problema afecta justo cuando hay más carnés por expedir y más bolsillos por rascar?
En fin, que se les dé solución, sí. Pero no olvidemos que no todo lo que pita en la calle lleva razón. A veces, simplemente lleva un cartel de «autoescuela» pegado al techo.
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