
La marcha del Orgullo LGTBIQ+ que se celebra en Budapest este sábado no es solo un acto de resistencia contra la ofensiva ultraconservadora del gobierno de Viktor Orbán. Es, además, un símbolo del retroceso que amenaza los derechos del colectivo en toda Europa, incluido España. Lo que hace apenas una década parecía impensable —una marcha del Orgullo prohibida, penalizada y rodeada de amenazas— hoy es una realidad que, lejos de limitarse al este del continente, encuentra ecos cada vez más preocupantes en casa.
En Hungría, las autoridades han criminalizado la celebración del Orgullo. Organizar una manifestación puede suponer cárcel; asistir, multas. Y pese a ello, miles de personas van a salir a las calles de Budapest, desafiando la prohibición y el miedo. La escena recuerda que los derechos conquistados nunca están garantizados y que, incluso en la Unión Europea, los valores de igualdad y libertad están siendo dinamitados por los discursos del odio institucionalizado.
El gobierno de Orbán ha intensificado su cruzada contra el colectivo LGTBIQ+ en los últimos años. Bajo el pretexto de “proteger a la infancia”, ha prohibido contenidos que representen la diversidad afectiva o de género, y ha suprimido la posibilidad de reconocimiento legal para las personas trans. Su retórica es la misma que durante décadas se ha utilizado para estigmatizar a las minorías: una combinación de desinformación, moralismo e instrumentalización política.
Y, sin embargo, sería ingenuo pensar que este fenómeno está limitado a Budapest. En España, 20 años después de la aprobación del matrimonio igualitario, crecen las señales de alerta. La alianza entre la ultraderecha institucional y ciertos movimientos reaccionarios —como Hazte Oír o Manos Limpias— ha abierto grietas en un consenso que parecía consolidado. Hoy, los debates que Orbán plantea desde su gobierno ultraconservador encuentran eco en el Congreso español. Se cuestionan leyes, se diluyen campañas públicas de apoyo al colectivo y se permite que el discurso antiderechos gane terreno en los medios y en la calle.
Lo que está ocurriendo en Hungría no es una anomalía aislada: es el espejo de un retroceso que ya se está insinuando aquí. Las agresiones homófobas han aumentado. La sensación de inseguridad vuelve a calar entre quienes creyeron que ya no tendrían que esconderse. Y casos como el asesinato de Samuel Luiz en 2021 siguen siendo recordatorios de que la violencia no es un recuerdo del pasado, sino una amenaza persistente.
Pese a todo, el Orgullo resiste. En Budapest y en todas partes. La respuesta está en seguir saliendo a la calle, en mantener la dimensión política y reivindicativa de estas movilizaciones. Porque el retroceso no es inevitable, pero sí real. Y lo que hoy pasa en Hungría, si no se combate, puede repetirse en cualquier otro lugar de Europa. También aquí.
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