
Mientras las instituciones miran hacia otro lado y los especuladores avanzan, el Alicante de siempre, el de sus barrios y su gente, sigue desangrándose. Este jueves, Olga, una vecina del barrio de Carolinas con más de 20 enfermedades físicas y psicológicas, ha intentado quitarse la vida tras ser desahuciada de la que fue su vivienda durante más de dos décadas.
Ella y su hija fueron expulsadas de su hogar en la calle Alcalde Suárez Llanos, en pleno corazón de un barrio que lucha por no perder su esencia, en medio de un proceso de gentrificación que expulsa a quienes han construido Alicante día a día.
Desde primera hora de la mañana, miembros del Sindicat de Barri Carolines trataron de impedir el desahucio mediante una resistencia pacífica. Pero, como tantas otras veces, las instituciones mostraron su rostro más frío e inhumano. La comitiva judicial se negó a cualquier tipo de negociación y la Policía Nacional intervino empleando métodos que, según el sindicato, fueron «cuestionables y agresivos».
Sin alternativa, sin respuestas, sin empatía institucional, Olga acabó ingiriendo dos cajas de medicamentos en un desesperado intento de acabar con su sufrimiento. Fue trasladada de urgencia al hospital, donde permanece ingresada.
La historia de este desahucio no es nueva. En 2008, su vivienda fue adquirida por un fondo buitre. Como en tantos otros casos en Alicante, los bancos y los grandes inversores cambiaron el contrato de alquiler sin avisar, dejando a las familias a merced de los intereses especulativos.
En abril, se le concedió a Olga un segundo y último aplazamiento, apenas unas semanas de tregua antes de que las instituciones y los fondos de inversión cumplieran su amenaza: arrebatarle su hogar y, con él, parte del alma de un barrio que resiste.
Lo que está en juego no es solo un techo. Es el futuro de Alicante. Es la lucha por mantener la ciudad para quienes la habitan, no para quienes la compran y la venden como si fuera un simple producto. Los barrios como Carolinas son el alma de esta ciudad, y su gente no puede seguir pagando el precio de la avaricia de unos pocos y la indiferencia de quienes deberían protegerles.
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