
El pasado lunes 14 de julio a las 07:13 h (hora local), un terremoto de magnitud 5.4 en la escala mbLg sacudió el mar de Alborán, con epicentro situado frente a las costas del cabo de Gata (Almería). El evento fue perceptible en amplias zonas del sureste peninsular —incluyendo las provincias de Málaga, Almería, Murcia y Alicante— sin que se hayan registrado daños materiales ni personales.
De acuerdo con los datos preliminares proporcionados por la Red Sísmica de la Comunidad Valenciana (SISCOVA), el sismo alcanzó una intensidad estimada entre IV y V en la escala macrosísmica europea (EMS-98). Esta intensidad es indicativa de una percepción generalizada en el interior de edificios, con desplazamiento leve de objetos y vibraciones perceptibles en estructuras ligeras, pero sin implicaciones estructurales.
El evento fue registrado por numerosas estaciones sísmicas, y según el catedrático Pedro Alfaro, del Departamento de Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente de la Universidad de Alicante (UA), el terremoto se localiza en un área tectónicamente activa correspondiente al contacto convergente entre las placas de Nubia (o África) y Eurasia. “El movimiento lento pero persistente entre ambas placas acumula esfuerzos en la corteza, que se liberan de forma súbita a través de fallas preexistentes, generando eventos sísmicos como el ocurrido”, explica el geólogo.
En las horas posteriores al sismo principal, se han detectado más de veinte réplicas con magnitudes que oscilan entre 1.6 y 3.4. Este patrón es consistente con la sismicidad esperada tras un evento principal de esta magnitud. “En contextos tectónicos activos, es habitual que se generen centenares de réplicas durante días o incluso semanas, como respuesta al reajuste mecánico de la falla principal”, añade Alfaro.
Aunque la percepción de terremotos de esta magnitud pueda resultar inusual para parte de la población, no se trata de un fenómeno raro en el contexto geodinámico del Mediterráneo occidental. “La región más activa se sitúa en el norte de África —particularmente en Marruecos, Argelia y Túnez—, pero el sur de la península Ibérica, incluyendo Andalucía, Murcia y la Comunidad Valenciana, también experimenta actividad sísmica frecuente relacionada con este mismo sistema de placas”, señala Alfaro.
La ausencia de daños se explica, en este caso, por la localización marina del epicentro, a más de 30 km de las áreas habitadas más próximas. Tal como recuerda el experto, “para que un sismo cause daños estructurales, no solo debe superar una cierta magnitud, sino también ocurrir a escasa profundidad y en las inmediaciones de zonas urbanas. Un ejemplo ilustrativo es el terremoto de Lorca en 2011, de magnitud 5.2, que provocó importantes daños por su proximidad al núcleo urbano, a solo 3 km del epicentro”.
Activación preventiva de alerta de tsunami
Dado que el epicentro se localizó en el mar, las autoridades activaron de forma preventiva una alerta de tsunami, que fue rápidamente desactivada tras confirmar la ausencia de desplazamientos significativos del fondo marino. “Para que se genere un tsunami con capacidad destructiva, es necesario que el terremoto supere una magnitud de 6.5 y que implique una deformación sustancial del lecho marino”, explica Alfaro. “En este caso, ni la magnitud ni el mecanismo de falla reunían tales condiciones”.
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