
Estar al día, compartir información relevante en un entorno hiperconectado, implica una tensión constante. Lo vivo a diario: aunque mi jornada haya terminado, porque reviso el correo entre 10 y 12 veces cada tarde o noche, y las redes sociales se han vuelto una herramienta tan útil como agotadora.
Formar parte de una sociedad que parece vivir de espaldas a la propia sociedad no deja de ser paradójico, pero, por desgracia, también es real.
Y sin embargo, la ciencia —como tantas veces— nos recuerda que lo que parece lógico no siempre lo es. El sentido común nos puede engañar: nos hace creer que los objetos más pesados caen más rápido, o que los niños llegan al mundo con la mente en blanco, listas para ser moldeadas. Todo eso es falso. Y cuando se trata del trabajo, una de las grandes verdades intuitivas —que menos horas pueden traer más salud— acaba de recibir respaldo empírico.
Hoy, la revista Nature Human Behaviour publica los resultados de un amplio estudio internacional que confirma que reducir la semana laboral a cuatro días (sin reducción salarial) mejora la salud mental y física, aumenta la satisfacción con el trabajo y reduce el agotamiento.
La investigación, liderada por Wen Fan y Juliet Schor del Boston College (EE.UU.), hizo un seguimiento durante seis meses a casi 3.000 empleados de 141 empresas en países como Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido, Irlanda y Estados Unidos. Como grupo de control, también siguieron a 285 trabajadores de 12 compañías que no implementaron la semana de cuatro días. Los resultados compararon indicadores antes y después del ensayo, como el bienestar general, la fatiga o la calidad del sueño.
Los datos son claros. El agotamiento laboral bajó de 2,83 a 2,38 en una escala de 1 a 5; la salud mental subió de 2,93 a 3,32 y la física de 3,01 a 3,29. La satisfacción con el trabajo mejoró de 7,07 a 7,59 sobre 10. Incluso en ese breve período de seis meses, se observaron avances físicos tangibles. A 12 meses, muchos beneficios se mantenían, aunque la satisfacción mostraba señales de leve estabilización, algo esperable cuando uno se adapta, incluso a lo bueno.
Algo especialmente relevante: cuanto mayor fue la reducción de horas a nivel individual, mayor fue también la mejora en el bienestar. Las razones son varias y comprensibles para cualquiera que sienta que el trabajo lo desborda: más control sobre el tiempo personal, mejor descanso, más ejercicio, menos cansancio.
Este estudio se suma a los ya realizados por la organización 4 Day Week Foundation, con miles de participantes en el Reino Unido, que también observaron beneficios ambientales gracias a la reducción en el uso del coche privado.
Pero el gran reto sigue siendo su implementación generalizada. ¿Puede el modelo ser viable para todas las empresas? No todas están en igualdad de condiciones. Una gran tecnológica puede adaptarse mejor que un pequeño restaurante familiar.
Además, las empresas del estudio se ofrecieron voluntariamente, lo que puede sesgar los resultados: eran organizaciones que ya estaban abiertas al cambio. Así, imponer por ley una semana laboral más corta no sería viable en economías como la española, con baja productividad y fuerte heterogeneidad empresarial.
No obstante, la autora principal, Wen Fan, afirma que no encontraron pérdidas de productividad. Muchas compañías reorganizaron su flujo de trabajo antes del ensayo, eliminando tareas innecesarias y reuniones improductivas. Además, aunque no era obligatorio, la mayoría de empleados se comprometieron a mantener su nivel de productividad, y las autoevaluaciones mostraron una mejora significativa en este aspecto.
Como siempre, la forma de medir importa. En este caso, la productividad se evaluó a través de encuestas a los propios trabajadores, lo que introduce un margen de subjetividad. Aun así, los resultados son alentadores. En mi caso, no tengo duda de que disponer de un día más a la semana para cuidar de mí, dormir mejor o simplemente desconectar de la presión constante de estar disponible, marcaría una gran diferencia.
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