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Del cannabis medicinal al derecho a saber lo que fumamos

8 de octubre de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

El Gobierno ha dado hoy un paso importante —aunque tímido— al aprobar el uso del cannabis con fines medicinales. Por fin, España reconoce lo que la ciencia lleva años demostrando: que el cannabis puede aliviar el dolor, reducir la espasticidad, controlar la epilepsia o mitigar los efectos secundarios de la quimioterapia. La decisión es un avance sanitario, pero también una oportunidad perdida para abrir un debate más amplio: el del uso responsable y regulado de las drogas blandas.

El decreto aprobado limita el cannabis al ámbito hospitalario, bajo prescripción médica y con control farmacéutico. Una medida prudente, sí, pero que sigue tratando al cannabis como una sustancia sospechosa, más cerca del tabú que de la normalidad. Sin embargo, esta regulación demuestra algo esencial: el consumo de cannabis puede gestionarse de forma segura, transparente y controlada. ¿Por qué no extender esa lógica al consumo recreativo?

Hoy, millones de ciudadanos consumen cannabis en España. Lo hacen sin control, sin garantías de pureza, sin saber realmente qué fuman ni en qué condiciones se ha cultivado. La prohibición no ha frenado el consumo; solo ha empujado al usuario hacia el mercado negro, donde no hay trazabilidad, ni información, ni protección sanitaria. Es la paradoja de nuestra política de drogas: toleramos socialmente lo que penalizamos legalmente.

Mientras tanto, países como Canadá, Alemania, Uruguay o buena parte de Estados Unidos han entendido que regular es más sensato que prohibir. Han establecido límites de edad, control de calidad, etiquetado claro y canales legales de distribución. Los resultados son claros: menos criminalidad, más recaudación fiscal y un acceso más seguro y consciente para los consumidores.

El derecho a la información y al consumo responsable

Regular el consumo recreativo no significa promoverlo, sino reconocer una realidad y gestionarla con inteligencia. Significa poder saber lo que fumas, conocer la concentración de THC y CBD, la procedencia del producto, sus efectos y riesgos. Significa poder decidir con información y no con miedo.

La legalización del cannabis —y, en un futuro, de otras drogas blandas como el hachís o los productos de microdosificación psicodélica— no es un capricho ideológico: es una política de salud pública. Un marco que prioriza la educación, la prevención y la transparencia frente a la represión y el desconocimiento.

La regulación medicinal aprobada hoy demuestra que el Estado puede gestionar el cannabis de manera responsable y segura. Es hora de dar el siguiente paso: reconocer que el consumo adulto y privado también merece un marco legal que lo proteja y lo oriente, no que lo castigue.

Regular el cannabis recreativo no es abrir la puerta al caos, sino cerrar la puerta a la hipocresía. Si el Gobierno confía en los médicos para prescribirlo, debería confiar también en los ciudadanos para consumirlo con responsabilidad.

Publicado en: Ciencia y salud, España, noticias breves, REVISTA, SOCIAL




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