Más vale tarde que nunca, claro. Solo que en Alicante, “tarde” significa 30 años después de que ciudades europeas hace décadas convirtieran sus restos de cocina en compost en lugar de en problemas. Pero al fin, la ciudad estrena una nueva línea en el Centro de Tratamiento de Residuos (Cetra) para transformar los restos del contenedor marrón en abono de alta calidad. Por fin, un paso hacia la modernidad… aunque con un retraso que haría sonrojar a cualquier reloj suizo.
Con una inversión de 2,4 millones de euros, la promesa es que los restos orgánicos de la ciudad dejen de ser un estorbo y se conviertan en un recurso. Toneladas de compost que podrían alimentar jardines y campos agrícolas, siempre y cuando logremos que los vecinos usen los contenedores correctamente y que la ciudad deje de parecer un muestrario de basura mal clasificada. Pequeños detalles, apenas visibles, que podrían poner a prueba esta “economía circular” que tanto suena a teoría de libro y tan poco a práctica real.
El Cetra ahora presume de maquinaria con nombres complicados, separadores ópticos, trómeles y cintas transportadoras que suenan a ciencia ficción industrial. Todo para que, al final, el ciclo de la vida incluya un toque de eficiencia tecnológica entre la piel de plátano y los restos de ensalada. Y mientras tanto, los proyectos futuros son aún más ambiciosos: nuevas naves de compostaje, digestores para biogás, líneas de tratamiento ampliadas… un verdadero festín de planes que, si se cumplen, harán que los vertederos actuales parezcan reliquias del pasado.
En suma, Alicante se apunta a la sostenibilidad con estilo, aunque con tres décadas de retraso y millones de euros tirados a la basura. Ahora solo falta que la ciudad acompañe con algo tan revolucionario como limpiar, reciclar y repensar el tráfico… pero no hay prisa: ya nos tomó 30 años llegar hasta aquí, ¿qué más da un par de ellos más?
















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