Hasta julio fueron visitables. Hoy, los ocho refugios rehabilitados permanecen cerrados mientras el Ayuntamiento busca un nuevo contrato de gestión privada. El PSOE denuncia una “resignificación de la historia” y el encarecimiento del acceso al patrimonio público.
Alicante vuelve a cerrar sus puertas a la memoria. Los ocho refugios antiaéreos de la ciudad, rehabilitados con fondos públicos para preservar el recuerdo de los bombardeos que asolaron la capital durante la Guerra Civil, permanecen cerrados desde el pasado julio. Lo que fue un proyecto de recuperación histórica y de divulgación ciudadana se encuentra ahora paralizado, pendiente —según el alcalde, Luis Barcala— de la firma de un nuevo contrato para las visitas guiadas.
El problema, sin embargo, va más allá de un trámite administrativo. Con el cambio de modelo de gestión, los refugios, como ya ocurre con el Castillo de Santa Bárbara, el centro de interpretación o incluso la concatedral, han pasado a depender de concesiones privadas. Lo que antes era un servicio público a precios simbólicos, o gratuito para los residentes, se ha convertido en un gasto más para los alicantinos que quieren conocer su propio patrimonio. “Pagamos por entrar en nuestra historia”, lamenta un visitante habitual del refugio de Séneca.
Desde el PSOE, la portavoz municipal, Ana Barceló, ha denunciado lo que califica como “una resignificación de la historia alicantina”. “Estos espacios no son una atracción turística más. Se construyeron para proteger a los ciudadanos del horror de la guerra, y se rehabilitaron para recordar lo que fuimos y lo que sufrimos”, subraya. El cierre de los refugios, añade, “rompe con el propósito de memoria y reconciliación que inspiró su recuperación”.
El episodio se suma a la polémica gestión de la memoria histórica en la ciudad, especialmente en torno al bombardeo del Mercado Central del 25 de mayo de 1938, una de las tragedias más sangrientas de la Guerra Civil. En los últimos años, colectivos ciudadanos han denunciado intentos de “neutralizar” o “subjetivizar” los actos conmemorativos, diluyendo su carga histórica y política.
Mientras tanto, los refugios siguen cerrados, las visitas suspendidas y el recuerdo, una vez más, bajo tierra. Lo que fue un símbolo de resistencia y supervivencia se enfrenta ahora a un nuevo tipo de bombardeo: el de la burocracia, la privatización y el olvido.
















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