Alicante vuelve a ensimismarse en el brillo fácil del titular, esta vez prometiendo que en apenas cuatro meses se sentarán las bases del supuesto “museo internacional” que quieren instalar en Las Cigarreras. El equipo de gobierno insiste en presentar como un avance decisivo la contratación de una consultoría externa (que huele a chiringuito) encargada de “conceptualizar” el futuro espacio expositivo, como si en tan breve plazo pudiera definirse la identidad profunda de un museo que, para colmo, ni siquiera tiene delimitada su superficie ni su especialización artística.
La propuesta nace descontextualizada y revela, una vez más, un profundo desconocimiento de lo que Las Cigarreras ya representa. Durante años, este espacio ha sido un motor esencial de la cultura alternativa y del arte contemporáneo, un lugar donde la ciudad, pese a sus recursos limitados, ha tejido un ecosistema vivo junto al MACA, la Lonja del Pescado, el MUBAG y otros centros que, con mayor o menor acierto, han abierto puertas a artistas locales y foráneos. Ese equilibrio precario, construido a base de colaboración y programación constante, parece irrelevante para quienes ahora imaginan que un museo puede diseñarse a golpe de despacho y con el calendario electoral en la mano.
La operación reproduce un patrón conocido: construir una burbuja institucional donde el envoltorio pese más que el contenido. El anuncio de un futuro museo se convierte en un reclamo vistoso, útil para unos pocos y desconectado de las necesidades reales del tejido cultural. Lo que debería ser un ejercicio serio de planificación se reduce a crear un contenedor sin criterio, vulnerable a convertirse en un escaparate ocasional de grandes nombres o en un espacio relleno con muestras de ocasión que poco aportan a la ciudad, como ya ha ocurrido otras veces en La Lonja.
Mientras se fantasea con exhibiciones de colecciones privadas y con un museo llamado a “posicionar” a Alicante en no se sabe qué circuito internacional, lo verdaderamente relevante sigue pendiente: entender qué tipo de museo necesita la ciudad, cómo puede integrarse en la red ya existente, qué propuesta propia puede ofrecer y qué diálogo quiere establecer con los agentes culturales que llevan décadas sosteniendo el panorama artístico local.
La administración, sin embargo, prefiere la vía rápida. En cuatro meses deberá estar diseñada la hoja de ruta del museo, como si la identidad cultural de un espacio pudiera improvisarse sin la más mínima participación del tejido artístico, sin reflexión y sin transparencia. Y mientras esta carrera simbólica avanza, otras partidas del patrimonio municipal continúan encareciéndose, como demuestra la nueva ampliación del presupuesto para la regeneración de La Almadraba, que suma casi un millón adicional por ajustes en la protección arqueológica y en diversas instalaciones.
Alicante se enfrenta así al riesgo de añadir otro proyecto cultural sin arraigo, vacío de visión y pensado desde arriba. En lugar de fortalecer los vínculos que ya existen entre sus espacios culturales, se apuesta por un artefacto institucional que puede nacer sin alma antes incluso de existir.
Pero bueno, esto no es nada nuevo. Aunque Barcala & cía, lo quieran vender así.
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