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Jorge Ilegal: la ley salvaje que nunca dejó de cumplirse

9 de diciembre de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

Hay muertes que pesan más que otras, aunque el mundo siga girando con su indolencia habitual. La de Jorge Martínez, Jorge Ilegal, es de esas que obligan a frenar, a mirar atrás y a reconocer que una parte esencial de la rebeldía española —la auténtica, la que no se compra en camisetas ni en estética de escaparate— acaba de quedar huérfana.

Murió a los 70 años, víctima del cáncer de páncreas que anunció en septiembre. Murió como vivió, decine: sin concesiones, sin dramatismos blandos, fiel a una trayectoria de cuatro décadas en las que convirtió la palabra Ilegal en una brújula moral para quienes entendían que la ley no siempre coincide con lo correcto.

Los milénials, tan a menudo domesticados por la ironía pobre y la épica de plastilina, quizá no puedan captar el matiz: a veces lo ilegal es precisamente lo que debe cumplirse.

Pero así fue Jorge: una grieta luminosa en una España que prefería no mirar.


Macarras, mamoncetes y tiempos salvajes

Ilegales fue una anomalía desde el primer acorde. Con sus admiradores y detractores, como todo lo que mueve conciencias. Mientras la Movida madrileña se envolvía en neones, frivolidad y marketing de vanguardia, Jorge Ilegal escribía letras que dolían.

Dolían por su verdad, por su violencia estética, por esa elegancia feroz que solo poseen quienes no fingen nada.

“Tiempos nuevos, tiempos salvajes” no era un eslogan: era un diagnóstico. “Yo soy quien espía los juegos de los niños” no era una provocación gratuita: era poesía cruda en forma de puñetazo.

Y sí, también estaban los gritos punk y el humor macarra: “Soy un macarra. Soy un hortera. Voy a toda hostia por la carretera.” Cantado con la sonrisa torcida de quien sabe que reírse de uno mismo es la forma más digna de enfrentar el mundo.

Muchos lo tomaron demasiado literalmente —mamoncetes ha habido en todas las generaciones—, pero Jorge trabajaba en una clave que mezclaba ironía, crítica social y un nihilismo tan honesto que aún provoca escalofríos.


El hombre detrás del mito: soledad, lectura, lucidez

En entrevistas —las buenas, no las de plató donde iba a jugar a ser la criatura peligrosa que esperaban de él— aparecía un hombre culto, lector de Juvenal y Virgilio, consciente de que la furia también es una herramienta filosófica.

Decía que la soledad era un bien precioso. Y que la sinceridad con uno mismo es lo más difícil, lo más valiente.

En Mi vida entre las hormigas se desnudó (un relato sin imposturas más que recomendable para conocerlo). Allí estaba el verdadero Jorge: sensible, corrosivo, inteligente, profundamente humano. Mucho más que la caricatura de matón, alcohólico o macarra con stick de hockey que durante años decidió exhibir para divertir al público y proteger su intimidad.


Punk bien tocado, poesía bien afilada

Lo llamaron “punk bien tocado”, etiqueta que él mismo habría despreciado con una sonrisa sarcástica. Pero es exacta: Ilegales sonaba como si cada nota fuera un cuchillo recién afilado.
Sin grasa, sin artificio, sin la complacencia que pudría a otros grupos contemporáneos.

Los títulos de sus discos son por sí solos un tratado de estética ilegal:

  • Agotados de esperar el fin
  • Chicos pálidos para la máquina
  • Todos están muertos
  • Regreso al sexo químicamente puro

Cada uno, un poema nihilista.


Jorge Ilegal vivió como quiso —mal para los demás, bien para sí mismo— y se marchó dejando un cancionero que seguirá respirando mucho después de que la industria musical vuelva a girar sobre sí misma y a olvidar todo lo que no sea rentable. Así que se contradijo y, de alguna manera, sí que acabó luchando por mi.

No fue un santo. Ni pretendió serlo. Fue un artista total, corrosivo, contradictorio, capaz de provocar escándalo en Alemania y ternura en quien sabía escuchar. De esos que ahora hacen falta, o se echan de menos.

Decía: “Saber vivir es ir hacia la muerte, alegre y despreocupado, como si fueras a la muerte de otro.” Y vivió a la altura de esa frase.

Los tiempos ya no son salvajes; son tibios, planos, saturados de opiniones sin pensamiento.
Quizá por eso su muerte duele tanto.

No porque se apague un músico. Sino porque se apaga una forma de estar en el mundo.

Jorge Ilegal fue, en el sentido más estricto, una ley.
Una ley salvaje. Una ley lúcida.
Una ley que muchos nunca entendieron, pero que otros seguiremos cumpliendo.

Descansa —o no—, Jorge.
La eternidad también necesita un poco de ruido.

Publicado en: España, MÚSICA, noticias breves, REVISTA




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