
El Ayuntamiento de Alicante ha presentado su último proyecto para el complejo cultural de Las Cigarreras, antiguo edificio de la Casa de la Misericordia: un plan de “renaturalización” que promete menos muros y más verde. Jardines nuevos, árboles recién plantados y la promesa de un “museo internacional” son las banderas de una intervención que, según el consistorio, busca abrir el espacio al vecindario y mejorar su conexión con los barrios de San Antón, Carolinas y la falda del castillo de Santa Bárbara.
Pero la propuesta, en apariencia luminosa, nace entre sombras conocidas: falta de planificación cultural, decisiones estéticas sin criterio de uso, y un desconocimiento palpable del pulso real del espacio. Quien haya pisado Las Cigarreras más de una vez sabe que allí no sobra césped: cada metro cuadrado tiene ya una función cultural viva —conciertos, mercados, talleres, festivales— que dan sentido a su existencia como uno de los pocos enclaves dinámicos de la ciudad.
Por eso, hablar de “poner verde” no es tan sencillo como plantar árboles. Un jardín no es un cupo. Se necesita saber dónde, cómo y para qué se coloca. Y, en este caso, todo apunta a un proyecto más preocupado por la foto del antes y el después que por el uso real del espacio.
El espejismo verde
El Ayuntamiento defiende la retirada de una fila de álamos jóvenes —nueve en total— como parte del “nuevo planteamiento paisajístico” que pretende “ampliar la visibilidad del conjunto”. En su lugar, promete 22 árboles nuevos, entre ellos un ficus elástica “para dar continuidad al volumen de los jardines”.
La oposición, sin embargo, ha calificado la operación de “tala injustificada” y denuncia la falta de transparencia sobre los informes técnicos que avalan la intervención.
Más allá del debate técnico, la pregunta de fondo es otra: ¿qué sentido tiene priorizar la estética verde sobre la función cultural del espacio? ¿Qué ganan los vecinos con un jardín donde antes había actividad, conciertos o ferias?
El Ayuntamiento no tendría el valor de plantar un jardín en medio de cualquier racó de Hogueras, donde la ocupación popular es sagrada. Pero en cultura, la ocupación ciudadana parece siempre negociable.
Un “museo internacional” de nombre grande y contenido incierto
El otro gran anuncio es la creación de un “museo internacional” dentro de la Casa de la Misericordia, financiado en parte con fondos europeos (9,6 millones de euros). Sin embargo, ni los actuales gestores culturales del espacio ni los organizadores de los festivales que hoy lo llenan han sido consultados. Nadie sabe qué ocurrirá con ellos ni si el nuevo museo convivirá o desplazará la programación existente.
No es la primera vez que el Ayuntamiento promete algo similar. El “Hub de empresas culturales” que debía instalarse en la Misericordia nunca pasó de la nota de prensa. La empresa adjudicataria del programa formativo, eso sí, sigue ampliando contratos y acumulando fondos públicos, sin resultados tangibles para la escena cultural local.
El patrón que no cambia
El proyecto de Las Cigarreras no es una excepción: es un reflejo. En Alicante, la cultura se gestiona como un trámite, no como una política. Se improvisa, se anuncia, se adorna, pero no se planifica. Y lo que no se planifica, se marchita.
Mientras tanto, se tala aquí, se planta allá, se promete un museo sin concepto, y se sigue relegando la voz de quienes de verdad dan vida a estos espacios. Así, cada obra nueva acaba siendo más un gesto de marketing urbano que una apuesta cultural.
Y lo peor no es que pase una vez:
es que llevamos más de veinte años viendo cómo a la cultura alicantina se le miente, se le margina y se le infrafinancia.
Y como casi nadie levanta la voz, seguirán toreándonos con jardines, ficus y promesas europeas.
Cualquier centro o infraestructura pretendidamente «cultural» que sea controlado por funcionarios y/o políticos (quienes NO son creadores de contenidos culturales ni nunca lo han sido, quienes JAMÁS han creado NADA) y que no sea controlado por los propios artistas y creadores de contenido, no es más que una burda PATRAÑA de postureo de cara a la galería. Lamentablemente, en el actual sistema es lo que viene ocurriendo.
No quedan ya circuitos independientes controlados directamente por los propios artistas y creadores. Y si lo intentan, les sepultan a base de impuestos abusivos por un lado y subvenciones por el otro, además de empobrecer cada vez más a su público potencial para evitar que sea el público quien mantenga el tejido cultural.
El verdadero objetivo de nuestras administraciones públicas de «cultura» no es, ni nunca lo fue, apoyar a la cultura, sino generar dependencia, anular cualquier posibilidad de verdadera independencia por parte de los artistas y creadores en el tejido cultural. Y, de paso, hacerse propaganda electoral a costa del sector cultural, durante los 365 días al año. Dependencia-clientelismo y postureo a partes iguales; eso es todo.
Antes, la censura franquista podía más o menos eludirse o burlarse (hasta cierto punto, como hicieron Berlanga, Albert Boadella y muchos otros) gracias a estos importantes factores que proporcionaban INDEPENDENCIA a los creadores de contenido:
1) Existía un público compuesto por una amplísima base de trabajadores y obreros cuyo salario alcanzaba para comprar una vivienda, un vehículo y poder pagarse una entrada en el teatro, en el cine, en el circo… Era una España industrializada con capacidad exportadora.
2) El Estado no solía subvencionar ni películas ni obras de teatro, ni tampoco tenía circuitos de exhibición de salas públicas que compitieran desigualmente con el sector privado o independiente.
3) Los impuestos eran muy bajos y asumibles, lo cual permitía que pudiera existir un amplio circuito de teatros y salas independientes y/o privadas.
Hoy en día la censura es mucho peor y más perversa que la del periodo franquista por estos motivos:
1) No se puede burlar ni eludir.
2) Se ejerce a través de cancelaciones, muertes civiles, impuestazos imposibles de asumir, multas arbitrarias, subvenciones que generan dependencia…
3) Empobrecimiento creciente de las clases trabajadoras que podrían nutrir ese público de masas necesario para sostener un tejido cultural verdaderamente independiente.
El actual sistema es vomitivo.