
Llega el verano y, con él, el eterno rompecabezas para las familias con hijos. Mientras en los anuncios todo es playa, descanso y helados, la realidad de millones de hogares se resume en una palabra: conciliación. O, mejor dicho, en su ausencia.
Los colegios cierran sus puertas durante más de dos meses, mientras el calendario laboral sigue su curso, implacable. Si tienes suerte —y un contrato con vacaciones dignas— quizás puedas juntar tres o cuatro semanas libres. Pero, ¿y el resto? ¿Cómo se cubren los interminables días de junio, julio, agosto y septiembre? La respuesta, para la mayoría, es simple: malabares, estrés y, en muchos casos, dinero que no se tiene.
Lo cierto es que, en este país, la supuesta conciliación no pasa de ser un concepto vacío, un eslogan bonito para debates políticos o campañas institucionales. En la práctica, las familias sobreviven gracias a una mezcla precaria de favores, sacrificios y, si el bolsillo lo permite, campamentos o cuidadores que, muchas veces, cuestan más que el propio sueldo.
Y aquí conviene decirlo claro: no todas las familias tienen cuatro abuelos disponibles, sanos y dispuestos a convertirse en niñeras de verano. Tampoco todas pueden permitirse pagar 200 o 300 euros por semana para inscribir a sus hijos en campamentos urbanos. Porque, recordemos, con el salario mínimo apenas se cubren los gastos básicos de vivienda y alimentación. Sumar a esa ecuación los costes de tener un niño atendido durante las vacaciones escolares es, sencillamente, inasumible para muchas.
Por eso no sorprende que, cada vez más, madres y padres —cuando pueden permitírselo— opten por pedir excedencias, aunque eso signifique renunciar temporalmente al sueldo. Sale más barato dejar de trabajar que intentar cubrir los gastos que supone tener hijos en verano. Una paradoja insostenible que, además, golpea de lleno en la ya maltrecha igualdad laboral entre hombres y mujeres.
Porque, seamos honestos, la carga de esta “conciliación imposible” sigue recayendo mayoritariamente sobre las mujeres. Hasta que no diseñemos políticas laborales y educativas que partan de la realidad —y no de la fantasía de familias con apoyo incondicional y recursos ilimitados— la igualdad será un espejismo y la conciliación, un privilegio de unos pocos.
Si de verdad queremos avanzar como sociedad, toca empezar a concebir las decisiones desde los mínimos, no desde los privilegios. Hablar de conciliación sin tocar los calendarios escolares, los horarios laborales y los sueldos es, simplemente, una falta de respeto hacia quienes intentan, día tras día, cuadrar el imposible puzzle de la vida familiar.
Los colegios no son guarderías. Son centros de enseñanza que cumplen su labor durante los meses de septiembre a junio. El tiempo libre del verano no solo es bueno para el niño sino necesario para su futuro. Imagine un niño de 12 años que termina sus clases en junio, pero debe permanecer en el centro escolar todo el verano haciendo otras actividades. ¿Cómo podría volver a empezar a estudiar en ese mismo centro en septiembre?
Los niños en verano deben ir a la playa, la montaña, el pueblo o estar con sus amigos en el parque o la piscina. No corresponde a los centros educativos esta labor.
Nadie ha dicho que eso corresponda a los centros educativos. Está claro que niños y profesores necesitan vacaciones, la cuestión es que esas vacaciones son incompatibles con la realidad social y laboral de un alto porcentaje de este país. Y, al final, eso que dices, no es lo que sucede, porque los padres-madres se ven obligados a recurrir a guarderías o a campamentos que, al final, siguen teniendo horarios y dinámicas similares a lo que hacen en la escuela.
Un saludo.