
Los usuarios del transporte interurbano llevamos años viendo la misma película: autobuses llenos hasta arriba, frecuencias insuficientes y una empresa que parece mirar solo su cuenta de resultados mientras trabajadores y viajeros sufrimos las consecuencias. Ahora, los conductores de La Alcoyana anuncian huelga si en las próximas horas no se desbloquea una negociación que lleva más de dos años encallada.
La situación no sorprende. Los trabajadores reclaman mejoras salariales y laborales que hace décadas deberían haberse actualizado, en un contexto en el que el coste de la vida no ha parado de subir. Denuncian jornadas maratonianas de hasta 12 horas que apenas se pagan como si fueran 7 u 8, además de tareas extra que ni se reconocen ni se retribuyen. Mientras tanto, los salarios permanecen congelados, y los compromisos firmados en los nuevos contratos no se están aplicando.
Los usuarios nos encontramos atrapados en esta pugna: dependemos de un servicio esencial que, lejos de mejorar, parece cada vez más precario. La Generalitat se limita a prometer nuevos contratos y ajustes de costes, pero el día a día sigue siendo el de siempre: autobuses saturados, largas esperas y sensación de abandono.
La huelga, si se confirma, afectará a las líneas que conectan Alcoi con Alicante y a las del área metropolitana. Para quienes usamos este transporte, significa quedarnos sin alternativa real de movilidad. Y, sin embargo, resulta difícil no comprender a los conductores: sin personal suficiente, con salarios desfasados y sin garantías de seguridad, no hay milagro posible.
Al final, lo que está en juego no es solo un conflicto laboral, sino la calidad del transporte público de toda una comarca. Más frecuencias, más plantilla y condiciones dignas para quienes nos llevan cada día deberían ser el punto de partida, no la eterna asignatura pendiente.
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