
La Policía Local ha iniciado un dispositivo de retirada de acampadas en distintos puntos de la ciudad, como Juan Pablo II, La Torreta y Rabasa, tras las quejas vecinales. Tiendas de campaña y enseres personales han sido desalojados, y los restos abandonados se han retirado posteriormente con la intervención de los servicios de limpieza.
Estas actuaciones, que se presentan como medidas para recuperar espacios públicos, ponen de relieve una realidad que rara vez se aborda con profundidad: la falta de alternativas habitacionales y de acompañamiento social que sufre un número creciente de personas. Los asentamientos no son una elección, sino la consecuencia directa de la precariedad, la pérdida de empleo, los desahucios, la ausencia de redes familiares o la imposibilidad de acceder a un alquiler por los precios actuales.
A pesar de la coordinación anunciada con los Servicios Sociales, las opciones reales para estas personas siguen siendo mínimas. El Ayuntamiento ha reducido en los últimos años tanto la plantilla como el presupuesto de la Concejalía de Acción Social, lo que limita la capacidad de respuesta y deja a muchos sin recursos ni itinerarios de inserción. El desalojo, sin un plan integral que ofrezca salidas dignas, solo desplaza el problema de un barrio a otro.
Las acampadas en la vía pública son la manifestación visible de una emergencia social que no puede resolverse únicamente con dispositivos policiales ni con limpiezas puntuales. Se trata de una radiografía de la exclusión en Alicante: familias rotas, personas mayores con pensiones insuficientes, jóvenes sin empleo estable y migrantes sin apoyo institucional que terminan en la calle como último refugio.
La presión vecinal es comprensible, pero no puede ser la única vara de medir. La respuesta debería pasar por políticas de vivienda asequible, refuerzo de la atención social y programas reales de inserción. Mientras tanto, la ciudad asiste a un ciclo que se repite: se desmontan campamentos, se retiran enseres y se devuelve la “normalidad” al espacio público, pero la vulnerabilidad de quienes vivían allí sigue intacta.
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