
El verano invita a dejar el móvil, apagar las notificaciones y volver a mirar a los ojos. Y, sin embargo, hay algo profundamente sintomático en el hecho de que un 38% de los jóvenes españoles desearía desinstalar sus redes sociales, como indica un estudio de la empresa tecnológica SPC. ¿Estamos ante un gesto de salud digital o frente a un síntoma más profundo del agotamiento emocional que provoca el entorno digital?
Aunque durante el verano el uso de redes disminuye —según datos de NordVPN, las búsquedas para eliminar redes sociales subieron un 19% en julio de 2024—, la pregunta de fondo no es tanto por qué se desconectan, sino por qué necesitan hacerlo.
La respuesta apunta hacia un fenómeno que va más allá del simple “descanso estival”: muchos jóvenes se sienten sobreestimulados, presionados y emocionalmente drenados por el uso continuado de plataformas que fueron concebidas para conectar, pero que hoy rigen muchas veces su autoestima y percepción del mundo. La caída de hasta un 25% en la interacción en redes durante los meses de verano —likes, comentarios, publicaciones— no es solo una pausa; es una forma de huida.
La presión de agradar y la educación del Like
¿Qué clase de educación emocional y social están recibiendo los jóvenes, para que necesiten “desintoxicarse” de un entorno que debería ser opcional? La cultura digital actual no solo recompensa la visibilidad, sino que penaliza el anonimato. En un ecosistema dominado por el algoritmo, la validación externa se ha convertido en la moneda emocional más poderosa: los likes sustituyen la autoestima, y el número de seguidores, la valía personal.
Desde edades muy tempranas, muchos jóvenes son socializados bajo la lógica del “contenido”, convirtiéndose en productos de sí mismos. No se trata solo de mostrarse, sino de gustar, de generar respuesta. ¿Qué se espera entonces de ellos? ¿Reflexión crítica, tiempo de ocio sin pantalla, vínculos presenciales? La educación digital, en muchos casos, no ha ido al ritmo de la invasión tecnológica, y el resultado es una generación conectada, pero muchas veces incómodamente atrapada en su exposición constante.
¿Herramienta de desconexión o fuente de ansiedad?
David Ezpeleta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología, señala en la Cadena Ser que durante el año las redes sociales funcionan como una válvula de escape de la rutina. Pero esta supuesta utilidad choca con el otro lado de la moneda: la sobreexposición prolongada está generando trastornos afectivos como la ansiedad o la depresión. No sorprende entonces que, llegado el verano, la pantalla canse más que entretenga, y el deseo de volver a lo presencial se manifieste como un acto de autocuidado urgente.
La paradoja es evidente: los jóvenes sienten que necesitan salir de las redes para poder volver a ser. Pero ¿no debería preocuparnos más el entorno que los empuja a desaparecer de lo digital, en lugar de hacerlo seguro, libre y sano?
Desconectar en verano no debería ser la excepción, sino un hábito saludable en cualquier época del año. La desconexión digital no puede seguir siendo un lujo estacional ni una reacción tardía a un entorno hostil. Requiere una reflexión colectiva sobre el modelo de socialización digital que hemos construido: uno que enseña a gustar más que a pensar, a competir más que a compartir, a ser visto más que a ser.
La verdadera transformación vendrá cuando dejemos de preguntarnos cuántos se desconectan en verano, y empecemos a cuestionarnos por qué les resulta insoportable estar conectados el resto del año.
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