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El día que la música me salvó la vida (otra vez)

21 de junio de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

El oxígeno es importante. Lo sé. Me mantiene en pie, alimenta cada célula, sostiene esta carcasa con la que me muevo por el mundo. Pero no soy consciente de todo eso que pasa constantemente dentro de mi cuerpo. Quizá por eso, no me detengo lo suficiente a agradecerle nada. Respiro sin pensar. Me mantiene vivo. Como la música. En cambio, ella, con sus matices me salva la vida todos los días. Y lo hace sin disimulo, sin que tenga que fingir que no la necesito. Porque siempre está ahí para ponerle la BSO precisa a mis momentos.

¿Te imaginas un mundo sin música?. No una catástrofe, no un apocalipsis. Solo el vacío de no poder escucharla. Quedarte sin la posibilidad de parar las mierdas cotidianas con un vinilo de Bowie deteniendo el tiempo. Sin ese ritual casi sagrado de poner la aguja en el surco exacto para que todo duela un poco menos. Sin esa especie de anestesia que no adormece, pero que te permite mirar de frente lo que no puedes cambiar.

¿Cómo se habría desconectado uno sin aquel concierto de Vetusta Morla en Pamplona calándote hasta los huesos? ¿Qué habría sido de mí sin todas esas personas que conocí en un concierto de El Buen Hijo, de Fizzy Soup, en salas donde la magia no dependía del aforo, sino del volumen compartido por dos desconocidos sintiendo lo mismo? ¿Dónde habría colocado la adrenalina, la rabia, la alegría, si no hubiera tenido un escenario donde tocar canciones con Täntra, con Syrah, con El Nieto del Cartero? ¿Cómo me habría expresado podido vomitar lo que fluye por mi mente en una letra, si no me hubiese dejado atravesar por sonidos que decían lo que yo no sabía articular?

La música ha sido mi forma de estar en el mundo. Mi lenguaje cuando no encontraba palabras. Mi refugio cuando todo hacía ruido. Y también, mi celebración. Porque pocas cosas me han entusiasmado tanto como ver a mi sobrina recorrer la carrera de piano con esa mezcla de disciplina y pasión que solo puede dar la música. O cómo un día de playa se transforma por completo cuando suena Marley.

La música le da sentido a los silencios. Les da valor. Sin ella, el silencio no es pausa: es ausencia. Sin música no hay banda sonora que nos cuente mejor de lo que somos capaces. No hay forma de afrontar un momento sin caer en lo plano. ¿Cómo escalarías una montaña sin ese impulso que te da un riff de Nirvana, un beat de Chemical Brothers, una voz rota que dice justo lo que tú no sabes decirte?

La música no es solo un arte. Es una necesidad. Una trinchera. Un hogar. Una manera de recordar quién eres cuando el mundo te empuja a olvidarlo. Un recuerdo hilado a un sonido muy concreto…

No sé si la música puede cambiar el mundo, pero sin duda ha cambiado el mío. Día a día. Canción a canción. Desde los casetes de la infancia hasta las playlists que ahora me acompañan como un salvavidas discreto. Desde las lágrimas secadas en un estribillo hasta los abrazos que solo se dieron porque sonaba algo de fondo.

Hoy, Día de la Música, no quiero celebrarla. Quiero agradecérsela. Por estar ahí cuando nadie más estaba. Por salvarme la vida —otra vez— sin pedir nada a cambio. Por enseñarme a respirar no solo aire, sino emociones diversas y únicas.

Y porque gracias a ella, aún creo en los milagros. Aunque duren solo tres minutos y medio.

Publicado en: diario de un soñador incomprendido, MÚSICA, noticias TOP, opinión, repetibles, REVISTA, WORLD




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