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El sexto lugar. O el séptimo, da igual.

9 de junio de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

A los doce años, más o menos, dejé de ser el centro del universo…

Antes de eso, mi dibujo torcido era arte, mis bromas eran graciosas por defecto, y si corría lo bastante rápido, alguien siempre me aplaudía desde la línea de meta, aunque llegara el último. Luego, la vida –como una fila de espera eterna– me enseñó que nunca iba a ser el primero. Ni el más guapo, ni el más brillante, ni el más encantador. Con suerte, el sexto. Un lugar sin trofeo, pero con una dignidad rara: la de saberse dentro, sin esperar el podio.

El problema no fue tanto entenderlo, o asumirlo, sino, más bien, esa convivencia gradual con los demás y sus virtudes en alta definición, mientras las propias miserias se volvían arruga en la cara, manía en la sobremesa, silencio incómodo en una conversación donde deberías haber dicho algo mejor. Algo más brillante. Algo más bonito.

Porque vivir con alguien –y que alguien decida vivir contigo– no es una victoria, sino una exposición. Te ven entero. Sin filtros. Y uno empieza a notarse, más que a notarse, a tolerarse. A veces ni eso. Y empieza a asumir que la clave es vivir como hasta los doce, asumiendo que nadie va a aplaudirte, ni a adularte por ello.

Hay días en que me sorprendo admirando al de enfrente. Esa persona que comparte espacios conmigo, que me aguanta el humor cuando no me aguanto ni yo. Que brilla sin esfuerzo ante mi concepción de realidad, mientras yo hago equilibrios para no caer en el hoyo de la comparación constante. Porque ha dejado de dolerme esto de ser consciente de que lo único que me queda es ser bueno, sincero o hacer gala de virtudes en desuso como una forma de vida respetable y que, hasta, se parece a lo que algunos «padecen» a mi alrededor.

Supongo que ser el sexto es una elección, pero hasta para eso hay una especie de competición social. Podría no estar ni en la lista. Podría haberme bajado hace tiempo. Pero sigo ahí, aprendiendo, observando, copiando lo que admiro sin demasiada vergüenza, sabiendo que no es imitación sino voluntad de mejora.

Y, por buscar un consuelo, tengo claro que incluso el primero es infeliz, tratando de mantenerse ahí, o de rebelarse contra el paso del tiempo o esa realidad que nos pone en nuestro sitio a todos.

Ahora que, al final del día, me acuesto conmigo mismo. Que el auto-consuelo se refleja en mi espejo mientras me limpio los dientes en pijama y que mi aspiración cotidiana se basa en dormir tranquilo, he encontrado un cierto equilibrio en el hecho de mantener la posición que me toca. Aspirar a estar más arriba es una frustración, conocer mis límites: una victoria. Y evitar caer más abajo una motivación. Supongo que ya formo parte de la pandilla basura…

Aunque, quizá la clave de la felicidad sea esa. No aspirar a que nadie lo entienda, ni lo apruebe, sino ser consciente de esas cosas que, en ese último reflejo son visibles y que eres tú quien da el visto bueno al día que has tenido. No para mí, sino para quien ose compartir conmigo esa mirada del mi mismo encarnando un posible nosotros, o un nadie, dentro de un tiempo. Y no hablo de parejas, que también, sino de una familia, un vecindario, una sociedad, un entorno de trabajo, un tren compartido o una vida de sextos que se admiran entre sí, vista como una distopia factible.

Siendo objetivo, hoy, no ha sido peor que ayer, he hecho algunas cosas que quería sin pensar ni en lo que me pierdo, ni en lo que no puedo tener, ni en lo que pueden pensar los demás de eso. Por lo que supongo que, entonces, estoy más cerca de la felicidad de lo que creía, aunque mi valoración no sea bajo el prisma de la razón para sonreír que nos venden.

No brillaré, ni lo necesito, porque en el fondo me gusta saber que ser el sexto, me permite mirar arriba sin dejar de tocar el suelo. Y que acabar siendo el octavo o el vigésimo noveno, no importa, porque en realidad, nadie nos mide más que nosotros mismos. Y saber eso, para mí, hoy, y viviendo dónde, cómo y con quién vivo… ya es bastante.

Publicado en: Ciencia y salud, diario de un soñador incomprendido, Estilo de vida, opinión, REVISTA, WORLD




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